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1921

La primera autopista, una fundación caníbal, escenas dispersas, pensamientos perdidos, la cotidianidad de viajar por la ciudad. Son todos elementos que componen entre sí para pensar algo del espacio por el que nos movemos día a día.

 

“Una condición es la que ya hemos mencionado:
la ciudad debe poder acudir
en socorro de todos los puntos de su territorio”.

Aristóteles

 

1. Viajar

Boedo. Subte línea E. Estoy en el subsuelo, despegar va a ser difícil. Últimamente es cada vez más difícil despegar del suelo, más bien se vive la sensación contraria. No importa que pase, la existencia se hace más espesa. Dirección, microcentro. 5 minutos para el próximo subte. Sonido de rieles quejándose, bocina y ya estoy arriba. Adentro reviso mi celular e intento abrir un libro: es imposible. En Jujuy consigo un asiento. Me siento, leo un poco. Bolívar, estoy afuera. Viaje interurbano, esto es un viaje interurbano. La próxima vez voy a tomar un colectivo me digo a mi mismo. Para así ver el sol, para así ver la ciudad. Pero no. Vuelvo a viajar en subte, el colectivo es imposible. Esto es un viaje interurbano y yo quiero que sea un desplazamiento rápido por la ciudad. De una punta a la otra sin percances. Quiero cerrar los ojos y abrirlos y estar donde tengo que estar. Como cuando estás pasado y no entendés cómo llegaste al punto, a la conversación en la que estás, con saltos en la historia, con sílabas que se atragantan, un scrolleo intenso donde la memoria a corto plazo desaparece y pensás que hay que acelerarlo todo un poco más, para llegar ahí. Y debajo de la tierra te podés llevar puesto todo, el subte derritiéndose se transforma en una cápsula sudorosa y mugrienta que sobrepasa a la ciudad para conectarla con ella misma. La pesadilla entonces es soñar con detenerse a mirar el obstáculo del paisaje.       

 

2. Vencer al tiempo

 
 

El tiempo es implacable, me dijo un amigo del otro lado del Río de la Plata. El tiempo que se mide por la cantidad de arrugas en la piel, los cuidados en la dieta, los numeritos en la cuenta y las modificaciones digitales en la pantalla del celular. El tiempo es eso que nunca alcanza y que está para gastarse, pero que de alguna forma extraña se resetea solo para volver a ser insuficiente, así, así, y así hasta que te morís. Por eso en 1921 entre Milán y Varese se construyó la primera autopista, pues el punto es que el asfalto vence al tiempo. Se trata de modificar el terreno, adaptarlo, pasar por alto los ríos, cortar montañas, alisar el suelo, intervenirlo hasta dejar una superficie igual a sí misma, sin cruces, sin otra posibilidad que la de recorrerla quemando dinosaurios con un buen motor y escupiendo humo. La ansiedad por la pérdida del tiempo se tapa con una buena autovía y ahora la pesadilla es entonces el encuentro con el otro a 120kmp/h.

 

3. Levantar muros

La eficacia exige instrucciones claras, una serie de pasos y rapidez. La eficacia es una necesidad. No se puede sobrevivir, por más dulce y poético que sea el error, fallando constantemente ¡Vamos! ¡Atrévase a dar en el blanco! ¡Planifique, actúe y saboree el objetivo alcanzado! Vencer los obstáculos y al final el triunfo de un ventilador en verano, de una heladera que enfríe los alimentos, de un buen termotanque que caliente el agua. Es fácil que las cosas exploten, lo divino es dar en el blanco, decía el detective de Chesterton. La eficacia no es abstracta, es un deseo, es una obligación, es carne que se vuelve cálculo: El buen ciudadano.

El buen ciudadano es un ser racional, que lleva adelante lo que debe hacer. Entre él y lo que tiene que hacer está el mundo vivido como obstáculo. El logro, el objetivo tachado porque es alcanzado, es vivido como un triunfo personal frente a la amenaza externa. La vía imaginaria hacia el cumplimiento de los objetivos funciona como un auto en la autopista italiana, la pura voluntad viaja sola por un terreno abstracto hacia el reino de las cosas bien hechas. Hay un único modo de vida: el de darse cita a uno mismo del otro lado; hay un único espacio: el vacío. El tiempo es lo que se escapa. 

Pero el buen ciudadano es ante todo un ser profundamente religioso, cree en que la implacable condición del tiempo puede ser detenida, cree que el tiempo puede ser transformado en cálculo. Por eso el dominio del espacio, por eso La Eterna, por eso, la ciudad. Los primeros muros que se levantaron fueron para protegerse de la barbarie, de la posibilidad de la destrucción, de la posibilidad de que al final de la noche, sin razón alguna nos devore la muerte cayendo en el hondo pozo del olvido, donde la historia de la ciudad se perderá para siempre. Los muros son una rudimentaria defensa contra la posibilidad de la arbitrariedad, una forma de aislar una porción del espacio para evitar que las cosas sean de otra manera o simplemente terminen. La pesadilla es entonces despertar y encontrarse entre los caníbales.

 

4. Demoler

Nunca fui a Nueva York y tampoco estuve en París. Pero leí hace no mucho que Nueva York es la ciudad que más veces fue demolida para ser construida. Y qué dentro de unos años habrá más registros arqueológicos de la antigua Roma que de lo que fue esa primera Nueva York. Es interesante como la destrucción forma parte del crecimiento de la ciudad. Es como el brazo de un axolote que cuando se lo cortas se regenera y quizás le crece una mano con más deditos, tal vez, con suerte o no. O como esos casos donde hay perros que se comen sus propios dedos para superar la depresión de estar casi abandonados en el patio de atrás de una casa. Autodestruirse a veces queda como la única forma efectiva de supervivencia ¿Será algo de todas las ciudades modernas? ¿Tener que romperse para crecer?¿Comerse de a partes para tener más dedos o tapar una depresión demoliendose alguna patita? Nueva York, la ciudad multicultural, la ciudad depresiva, la ciudad que se auto devora. ¡Qué me importa Nueva York! No quiero vivir en New York.

La Matanza en el conurbano antes de ser un municipio fue un escenario de enfrentamiento entre Pedro de Mendoza y los querandíes. Le cuento a Jorge mientras recorremos la General Paz escuchando un corte rocho. Un tema que a Jorge lo hace bailar mientras conduce y a mi me recuerda a la primera fallida fundación de Buenos Aires, o más bien Bonas Ayers. La historia es conocida. El 2 de febrero de 1536 llegaron alrededor de 1500 colonizadores a las costas de lo que hoy es el río de la Plata y después de dos semanas de paz con los querandíes comenzaron los conflictos, luego de que los españoles intentaran tomar sus tierras. Las tribus superaban en número a los colonizadores, pero la humedad, los mosquitos, los pantanos, la falta de alimentos y preparación hicieron lo otro. Asediados, sin recursos y sin alimento alguno, tres españoles robaron un caballo, hecho por el cual fueron condenados a la horca. Al otro día los cadáveres que colgaban en la plaza amanecieron sin sus muslos y otras partes de sus cuerpos. Además se cuenta que esa misma noche otro comió del cadáver de su hermano. La proto ciudad Bonas Ayers resistía comiéndose a sí misma, mientras un montón de indios tiraban flechas prendidas fuego a las casas. Un corte rocho termina, y lo volvemos a poner, cantamos a los gritos dentro del auto,una y otra vez hasta llegar a Saavedra. Miro para afuera y me imagino que está todo rodeado de caníbales que esperan por nosotros, porque al igual que un tema en loop, las pesadillas a veces tienen la capacidad de extenderse y volverse recurrentes.

 

5. Meditar el espacio

Meditation Bells de Baldor and the Euclidean Functions lo sumerge a uno en una atmósfera acuática. Es un paseo a través de imágenes submarinas, arrecifes de coral, y azules que lentos pasan por el cuerpo. Uno imagina que así se debe escuchar la música debajo del agua. Sostenido por un arriba y abajo que desaparecen y un tiempo que se hace lento, cada vez más lento, uno comienza a soñar con la belleza de los que se pierden en la ciudad y descubren que no tan lejos hay otra cosa. La ilustración del álbum parece como una ciudad hecha por completo de edificios altos, bajo un cielo nocturno compuesto por constelaciones extrañas y novedosas o quizás es una marea que cubre con todos sus microorganismos, una ciudad marina donde el agua no la inunda, sino que forma parte de ella. Donde los edificios dejan pasar el agua llena de vida igual que como se deja pasar el aire entre los dedos, al llevarse las manos a la cara cuando una mañana por fin se comienza a despertar. Los edificios también son un conjunto de teclas azules y blancas que se intercalan. Edificios y vacíos que son notas musicales, de una ciudad que armoniosa reproduce un sonido que aún no ha sido imaginado.

 

 

Imagen de portada: @analografica

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