“Ya llego, voy por el avión” es una frase que cualquiera que circule por Camino de Cintura en Esteban Echeverría alguna vez escuchó. En esa ruta 4 del sur metropolitano, casi a la vera del Río Matanza Riachuelo, se encuentra Expomáquina: un inmenso predio poblado de antiguos artefactos mecánicos, propiedad de Jorge Ramírez. Algo así como un Disney World conurbano de la nostalgia metálica. Entre toneladas de chatarra, aspirantes a repuesto y necrofilia industrial, sobresale literal un gran avión misterioso, que en la actualidad sirve de mojón a los lugareños y de publicidad al emprendimiento comercial. Mucha gente se pregunta: ¿cómo llegó esto acá?

Ver la trompa de una aeronave emerger al margen del camino ya resulta sorprendente. Pero el avión de Jorge suma ribetes aún más curiosos que el de su propia locación y conserva una utilidad que va mucho más allá del hecho de servir como punto de referencia. Tiene historia. Y por eso, desde un primer momento, interesó al coleccionista. Visitamos su trono de hierro para conocer la joya de la corona: el imponente avión Electra 5-T-3 Río Grande que perteneció a la Armada y hoy marca el paso de los automovilistas. Un pájaro polémico, que hizo patria en Malvinas y está acusado de participar en los vuelos de la muerte de la última dictadura.

 

Veterano de guerra

Jorge Ramírez adquirió el avión en 1997. Según expresó en diferentes oportunidades, siempre pensó en convertirlo en un museo homenaje al heroísmo en Malvinas. Esa fue la razón, asegura, por la que la Armada decidió entregarle el ex-vehículo. Así le terminó salvando la vida o lo que quedaba de ella, al ganarle la pulseada a un potencial comprador que lo quería para descuartizarlo y vender el aluminio.

Durante la guerra contra Gran Bretaña, tres aviones del mismo tipo se utilizaron para transporte de personas y cargas. El Electra 5-T-3 Río Grande que se encuentra hoy a la vera del Río Matanza Riachuelo no solo pisó 27 veces Puerto Argentino, sino que, además, junto a un hermano suyo, protagonizó la búsqueda de sobrevivientes del buque General Belgrano hundido el 2 de mayo de 1982.

Así y todo, el rey de las máquinas todavía no pudo concretar su sueño: convertir el avión en un museo donde jóvenes asistan a mirar películas de temática histórica. Según afirma Jorge, una medida de la justicia le impide realizar cualquier tipo de modificación a la aeronave hasta que no culmine una investigación en curso. Es que hay razones para suponer que el avión, además de un pasado heróico, tiene antecedentes criminales.

Sin embargo, la persistencia de su dueño en utilizar el gran fuselaje para homenajear a excombatientes de Malvinas acabó teniendo frutos. A 40 años del conflicto bélico y autorización judicial de por medio, Jorge logró colocarle al avión un inmenso cartel conmemorativo con la leyenda: “1982 – Combatientes y héroes de Malvinas, gracias, nunca olvidaremos – 2022”. Cualquiera que recorra la Ruta 4 podrá verlo a partir de este 2 de abril.

Imagen gentileza del propietario.

La mancha que embarra el ave

Es sabido: muchos veteranos de guerra de nuestro país no son simplemente héroes. Algunos de ellos además asumieron la deshonrosa tarea de desenvainar la espada contra sus compatriotas. Tal es la gravedad de la acusación que pesa sobre el veterano volador, la de haber participado de “los vuelos de la muerte”: el mecanismo a través del cual el Estado terrorista arrojó sistemáticamente personas vivas al Río de la Plata como parte de su plan genocida, entre 1976 y 1983.

Versiones periodísticas, que van desde Página/12 hasta TN, aseguran la veracidad de esa información. Y si bien Jorge y su joya esperan todavía el peritaje de la justicia, en Wikipedia, dentro de la entrada “Vuelos de la muerte”, la principal imagen ilustrativa que figura es una fotografía de su avión, ya emplazado en el predio de Expomáquina.

A su propietario la idea lo incomoda y, según comentó en una entrevista con @mauroalbarracin para @filonewsok, le parece inverosímil: Este avión en vuelo no puede abrir la puerta, porque es lateral. Yo tengo mis dudas de que se haya usado (para los vuelos de la muerte), ojalá que no (…) Porque acá la idea era hacer un homenaje a nuestros héroes de Malvinas, y dentro del avión hacer un mini cine y un museo (…) Cuando yo lo compré, lo compré con esa idea, lo que pasa es que después me enteré que habían dicho que se había usado para los vuelos de la muerte. Pero hasta ahora yo no creo que sea verdad.

Conocemos hoy cómo fueron esos vuelos por diversas investigaciones y testimonios. Ya en 1977, y desde la clandestinidad, Rodolfo Walsh describía la situación basándose en la información disponible hasta el momento en su Carta abierta a la junta militar: Veinticinco cuerpos mutilados afloraron entre marzo y octubre de 1976 en las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de torturados hasta la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en el Río de la Plata por buques de esa fuerza, incluyendo el chico de 15 años, Floreal Avellaneda, atado de pies y manos, «con lastimaduras en la región anal y fracturas visibles» según su autopsia.

Pero es el testimonio del ex oficial de la marina Adolfo Scilingo, recuperado en el libro El Vuelo (1995) del periodista Horacio Verbitsky, quizás el más significativo al respecto, tratándose del primer oficial que admitió públicamente el terrorismo de Estado en Argentina y que aportó datos indispensables sobre la maquinaria genocida montada por las Fuerzas Armadas. “Hicimos cosas peores que los nazis”, llegó a declarar el primer arrepentido.

Entre esos hechos, Scilingo reconoció haber participado personalmente de varios vuelos, en los que se utilizaron aviones modelo Skyvan de Prefectura y aviones Electra de la Armada. Por entonces, la Armada contaba con tres unidades del modelo Electra. En la actualidad, uno se encuentra en un museo aeronaval de Bahía Blanca, otro fue desarmado y el tercero enseñorea la entrada de Expomáquina. Ciertamente, los datos disponibles hasta el momento no juegan a favor del avión de Jorge. Pero en democracia, a diferencia de la dictadura, todes somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario.

Fotos: Karen Gamarra
Texto: Nicolás Fava