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La utópica ciudad deportiva

De fantasía futurista a escenario post-apocalíptico y re-mercantilización depredadora. La mutación de un predio que supo albergar la ilusión de una alucinante ciudad deportiva promovida por uno de los próceres de Boca Juniors: Alberto J. Armando. De la alquimia de convertir agua en terreno firme para soñar, a los artilugios que convierten necesidades en negocios. Hasta dónde puede llegar la transformación que no para. (Hacé click en las flechitas laterales para deslizar las galerías de imágenes).

 

El paisaje es alucinante y terrorífico. Se trata de un predio en la Costanera Sur de la Ciudad de Buenos Aires que tiene un pasado complejo y un futuro en disputa. Esta gran extensión de tierra sobre el Río de la Plata tiene como vecinos, por un lado, al barrio Rodrigo Bueno y a la Reserva Ecológica y, por el otro, a la central eléctrica multinacional Enel. Hoy en día, el escenario bien podría ser el de una película postapocalíptica: un territorio desolado sobre suelo pantanoso salpicado de ruinas que esconden épocas de festejo y espectacularidad. El paisaje anfibio que supo colmar de ilusión y expectativas es hoy el vestigio de su interrupción. 

Si se franquea el alambrado que lo rodea se llega a ver desde ahí el cúmulo de torres que conforman Puerto Madero y, de a poco, esquivando los yuyos, brotan algunas fisuras de agua. Dentro de esta porción de 70 hectáreas aparece el helipuerto Baires-Madero y algunas infraestructuras complementarias. Las pocas ruinas que quedan en pie agonizan atravesadas entre la maleza que creció de forma espontánea en estos últimos treinta años de abandono. Llenas de grietas, y a punto de desmoronarse, se pueden distinguir algunas edificaciones icónicas como la gran confitería y una fuente de agua. Este paisaje distópico supo ser el escenario de un sueño megalómano que nunca se terminó y hoy, muchos años más tarde, pertenece a IRSA, el grupo inmobiliario más grande del país. ¿Cómo llegó a manos de sus dueños? ¿Qué pasó antes? ¿Por qué un predio inmenso frente al río quedó inutilizado durante más de treinta años?

Antes de 1960 todas estas hectáreas de tierra eran parte del Río de la Plata, un perfil costero con pocos muelles y frecuentado por pescadores. Un paisaje que empieza a desaparecer cuando un señor llamado Alberto J. Armando señala esa porción de río para que sea el lugar donde se construya su mayor fantasía: un segundo estadio de fútbol para su club, Boca Juniors. 

Alberto J. Armando, apodado Don Alberto o El Puma, fue el presidente de Boca en dos ocasiones, entre los años 1950 y 1980. Dicen que pensaba las 24 horas en el club y se autodenominaba Doctor: doctor en ideas, lo que no se enseña en ninguna facultad, solía decir. “Armando era para nosotros, los hinchas, lo que Perón debe ser para un peronista”, comenta un dirigente actual del club. Uno de sus objetivos entonces era construir este segundo estadio de fútbol, uno enorme, el más grande del mundo y que oficiaría como sede del Mundial 78. Desde el inicio de su presidencia comienza a recorrer el barrio de la Boca en busca del terreno ideal y, al no encontrarlo, lejos de resignarse, tiene la ambiciosa idea de ganarle tierra al río y hacerlo ahí, sobre el agua.

En esa época Don Alberto era también dueño en el país de la concesionaria Ford. Sabía cómo manejarse para hacer negocios, y, eso junto con su capacidad persuasiva y un contexto político favorable, hicieron posible un primer y determinante acuerdo: el Estado nacional le otorgó, en una suerte de comodato, en 1964, ley mediante, 40 hectáreas de islas para concluir las obras en un lapso de diez años. El presidente de la Nación en ese entonces, Arturo Illia, en su afán de conformar un peronismo sin Perón, le concede los permisos bajo la condición de que, además de construir el estadio, el predio albergue espacios para fomentar el deporte y el disfrute de toda la ciudadanía. El club se haría cargo de las obras y su mantenimiento, pero las tierras seguirían perteneciendo a la Ciudad de Buenos Aires. Una vez promulgada la ley, Armando comienza su gran campaña de “Fe y Trabajo” donde convoca a los hinchas a colaborar con el relleno de tierra, escombros y a vender rifas y bonos que él mismo entrega en las tribunas durante los partidos. En un aviso publicitario de ese entonces se lee:CAMIONERO BOQUENSE: Colabore usted también con la construcción de la Ciudad Deportiva Boca Juniors. Lleve tierra a la Costanera Sud. Fácil acceso y rápida descarga.”

Comienza entonces una recaudación millonaria y rápidamente se ven emerger los primeros islotes que empiezan a alterar la geografía del río. Del estadio solo se logran construir 8 gradas, pero sí se alcanzan a edificar varias atracciones del parque. En 1978, la Ciudad Deportiva alcanza su mayor esplendor: la entrada se da desde la costanera a través de un puente curvo y angosto desde la que se ve la fuente arcoiris de varillas metálicas y aguas danzantes. En la primera isla se asoma la confitería Neptuno, un edificio futurista con muros curvos y un techo rojo en forma de hongo o volcán. En la isla de los pescadores hay camping con parrillas y piletas con trampolines. En otro islote circular hay un anfiteatro y, en otro, el “Parque Genovés”, un parque de diversiones con entrada independiente similar al Italpark. En otro, un acuario épico con forma de pez al que se le accede por la boca, canchas de tenis, básquet, un autocine enorme y muchas piletas de agua salada.

El esplendor dura unos años y poco a poco la decadencia de la fantasía comienza a hacerse visible. El plazo de diez años no se cumple y, en 1976, con los militares en el poder, el entonces intendente porteño, Osvaldo Cacciatore, le otorga al club una prórroga de tres años que tampoco sirve de mucho. Después del Rodrigazo, ya hacia principios de los ochenta, el club se encuentra cada vez más en peores condiciones y sin resto para hacerse cargo del mantenimiento de semejante infraestructura. Menos aún, para hacerse cargo de las obras pendientes. Durante esa década, Armando deja la presidencia y comienza el declive de su mayor delirio.

Hacia 1989, con Menem en el gobierno, se sanciona una ley mediante la cual se le cede al club la posibilidad de vender las otrora tierras (aguas) públicas. Mediante esta ley también se aprueba un cambio de zonificación que pasa de ser sólo para uso deportivo y recreativo a permitir la construcción hotelera y la instalación de clubes náuticos. Momento clave donde entra la voracidad del negocio inmobiliario en una de las mejores parcelas de la Ciudad. En 1992, casi en quiebra y con esta gran oportunidad delante, Boca le vende la Ciudad Deportiva por 20 millones de dólares a una Sociedad Anónima llamada Santa María del Plata. Recién en 1997 entra en juego el grupo IRSA que compra las tierras por 50 millones de dólares y da comienzo a un largo periodo de negociaciones y especulación que mantiene el lugar en desuso y cercado por 25 años. La técnica de barbecho es extrapolada a la actividad inmobiliaria urbana: se deja descansar una parcela de tierra por un periodo de tiempo para que luego sea más productiva, rinda más y se obtenga mayor ganancia. ¿Qué es lo que se espera todos estos años? Concretamente, otro cambio de zonificación que habilite a este gigante inmobiliario a construir hoteles, comercios y alrededor de 6000 viviendas bajo la tipología torre. Veinte torres de hasta 45 pisos, de lujo, una especie de expansión de Puerto Madero. En fin, otra porción de ciudad excluyente, con el agravante de construir semejante urbanización sobre un humedal. Un ecosistema fundamental que sigue sin recibir una ley que los proteja. Lo mismo que sucede en muchos countries, sí, pero en este caso en la ciudad y con construcciones de 145 metros de alto.

En el 2021 las negociaciones se retoman gracias a un plan lanzado por el actual Gobierno de la Ciudad encabezado por Horacio Rodriguez Larreta y se aprueba el convenio urbanístico que habilita la construcción de Costa Urbana, nombre de este megaproyecto que eleva considerablemente el valor del suelo. Años de lobby y espera rinden sus frutos para que IRSA obtenga 30 veces más del dinero que pagó a finales de los noventa. Sin embargo, en marzo de este año, gracias a un amparo colectivo presentado por organizaciones sociales, la Justicia Porteña declara nulo el acuerdo por incumplir los mecanismos de participación ciudadana que incluyen audiencias públicas y estudios de impacto ambiental. Un fallo histórico que pone en cuestión el procedimiento de los polémicos convenios urbanísticos y el modelo de ciudad que viene desarrollando esta gestión en la ciudad. Un modelo que se caracteriza por acrecentar las desigualdades socio-territoriales, por la promoción de los negociados inmobiliarios y la privatización de lo público en detrimento de la ciudad y el medio ambiente.

Si bien el convenio está frenado, en agosto de este año vecinas y vecinos del barrio Rodrigo Bueno denunciaron desalojos y relocalizaciones forzadas con el fin de despejar el borde costero y facilitar el avance del mega-emprendimiento. Los antecedentes no son favorables y los impactos sociales, urbanísticos y ambientales que la construcción de esto podría generar serían irreversibles. ¿Hasta dónde llega la transformación que no para? ¿A favor de quienes? ¿Podremos imaginar, discutir y avanzar hacia otro modelo de ciudad?

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