Si los derechos laborales en todos los rubros se están convirtiendo en piezas de museo, la defensa de condiciones de trabajo en el sector infocomunicacional se volvió más difícil que jugar a la mancha con fantasmas. Concentración de medios, fragmentación y precarización laboral, emprendedurismo y asociativismo popular en un panorama signado por patrones ocultos, epidemia de monotributismo y acaparamiento monopólico de las redes de información. Apuntes para soñar con socializar los medios de producción de sentido.

 

El desarrollo de internet introdujo, en las últimas décadas, no sólo nuevos formatos de comunicación sino nuevos tipos de consumo y de trabajo. Los procesos de digitalización, convergencia y plataformización de las industrias culturales provocaron cambios en las formas de producir, acceder y distribuir contenidos, desdibujaron las barreras entre oficios, achicaron las fronteras entre periodismo, propaganda y publicidad y complejizaron la contradicción de intereses entre laburantes y dueños de los medios de comunicación.

Tanto la digitalización de empresas periodísticas tradicionales como la emergencia de medios nativos digitales traen consigo una serie de desafíos que dificultan el análisis estructurado del mundo de la comunicación. Hace tiempo que en América Latina y en Argentina en particular, el sistema de medios se concentra en unos pocos grupos que tejen redes de reiteración de contenidos. Pero sabemos que hoy con hablar de esto no alcanza, cuando cinco empresas (Alphabet, Meta, Apple, Amazon y Netflix) organizan, dirigen y moderan casi la totalidad del flujo de información y entretenimiento a nivel mundial.

Entre los ingentes esfuerzos de medios tradicionales por conservar su posición y las monstruosas plataformas que amenazan con absorberlo todo, les laburantes de la comunicación y productorxs de contenidos digitales inventan estrategias de subsistencia, asociatividad y reivindicación de sus condiciones laborales. Desde streamers e influencers que colaboran para hacerse un lugar en las redes y acaparar unas gotas del derrame monetario de las plataformas digitales hasta periodistxs y medios comunitarios que eligen la vía de la cooperativización para organizar su trabajo, disputar la renta publicitaria o discutir la regulación del sistema de medios.

 

Titanes en el ring

El uso de plataformas digitales es uno de los ejes claves del trabajo en cualquier medio de comunicación, especialmente si se busca mantener la relevancia interpelando a les jóvenes. Según el perfil del medio y los grupos demográficos a los que esté apuntado, la plataforma que se privilegia cambia: Twitter para los más politizados, Facebook para los +30 e Instagram y Tik Tok para les más jóvenes. Si bien el acceso a estas plataformas es fácil, pero no gratis, su utilización viene acompañada de una serie de condiciones y dinámicas que:

  • Constriñen y direccionan la producción y las decisiones editoriales sobre el contenido publicado; 
  • Limitan la capacidad de los medios de generar ingresos; y 
  • Al ser empresas radicadas en países centrales del Norte, profundizan una dinámica centro-periferia tanto en términos económico-comerciales como en cuestiones relativas a la información y la formación de opinión.

El despliegue de las plataformas vino a transformar toda la cadena de valor de producción de noticias, información y bienes culturales. En tanto intermediarias y moderadoras, aprovechan la situación asimétrica para adueñarse de las reglas de juego, provocando que directorxs, editorxs y redactorxs contemplen los criterios impuestos por los buscadores y las redes sociales a la hora de producir y difundir sus contenidos. Su programación algorítmica tiene un carácter pedagógico en la medida en que modifica la manera en que se redacta, expone y circula socialmente la información, afectando la forma de la conversación pública.

Yair Cybel, Director de El Grito del Sur y presidente de la Federación de Medios Digitales (RMD), lo expresa de esta manera: “Son evidentes las restricciones que imponen a ciertos contenidos, las plataformas te pueden bajar tu página de Twitter o Instagram por subir un pezón femenino, pero subir videos de asesinatos se puede. Lo que hay que discutir son las posibilidades que te dan estas plataformas pero también entender que son empresas privadas donde se define parte del debate público.”

Esta situación se vuelve más compleja cuando no existe a quien podamos acudir para negociar las condiciones de uso o realizar reclamos. La literatura académica ha analizado ampliamente las características del capitalismo de plataformas, como la desterritorialización. El sociólogo Alexander Roig plantea que mientras en el capitalismo industrial el patrón era visible y la dominación explícita (el dueño de la fábrica y el capataz que volvía real la dominación), en el capitalismo financiero el patrón está oculto y la dominación se encuentra disimulada, lo que hace mucho más difícil ejercer la acción de reclamo.

Más aún, a mayor cantidad de usuaries, menor poder de negociación, porque las empresas de plataformas crecen en base a lo que se denomina “network effects”. Esto quiere decir que su valor económico incrementa en la medida que más personas usan una misma plataforma, dado que para cualquier empresa que quiera publicitar su producto o servicio le será más útil hacerlo en la más popular. Esto conduce a una tendencia monopólica dentro del sector que lo único que hace es aumentar su poder y profundizar la asimetría con les usuaries, sean estos particulares o empresas.

Además de condicionar la línea editorial de los medios y restringir los márgenes de maniobra, la masificación de las redes sociales trajo consigo la crisis del modelo económico de los medios masivos por una doble vía. En primer lugar, la prensa gráfica que era el gran acceso a la información y la primicia, la cual era financiada por la venta de ejemplares, dejó de ocupar ese rol ante la posibilidad del acceso gratuito a través de las páginas web. En segundo lugar, el modelo de publicidad privada que sustentó a los medios audiovisuales y que implicaba una oferta reducida para grandes audiencias, vino a ser disputado por las plataformas a partir de la venta a un público hipersegmentado mucho más seductor para las marcas. Es decir, las plataformas en poco tiempo lograron apropiarse de gran parte de la renta publicitaria y arrojaron a los medios a una vertiginosa búsqueda de diversificación de ingresos y reducción de costos.

Lejos de preocuparse por elevar la calidad informativa del contenido que distribuyen, el interés de estos gigantes está puesto en los clicks, las reproducciones, los likes, el tiempo de permanencia y cualquier dato de les usuaries que permita seguir mejorando su sistema de recaudación. Esto tiene consecuencias estructurales en las empresas de medios y en las rutinas de las y los periodistas, que en vez de estar pensando la mejor forma de cubrir un tema, se enfocan en tratar de leer a sus audiencias mediante métricas de dudosa credibilidad. La lógica del clickbait y la optimización para motores de búsqueda (SEO, por sus siglas en inglés), en última instancia hace que la inmediatez tienda a ganar la batalla contra la creatividad, la profundidad y el contenido de mayor calidad. 

A su vez, las empresas de plataformas monetizan el almacenamiento y procesamiento de datos personales que obtienen a partir del comportamiento de les usuaries que circulan en ellas. Y no es un dato menor que estemos hablando de empresas del Norte Global que ya sea económica o políticamente están ligadas a las instituciones gubernamentales de sus países de origen. Países como el nuestro, no sólo pierden dólares en la contratación sino que también se les dificulta poder controlar y garantizar la protección de los datos personales de sus habitantes.

Autorxs relevantes en estas discusiones describen a este momento como una nueva etapa del colonialismo, a la que denominan “data colonialism”, la cual se caracteriza por la extracción de los datos generados por usuaries de todas partes del mundo pero que generalmente se da desde países del Norte, hacia países del Sur Global. Los países y empresas dominantes extraen y almacenan grandes cantidades de datos que luego utilizan para desarrollar productos y servicios. Las investigadoras argentinas Sofía Scasserra y Carolina Martinéz Elebi, explican que es en el procesamiento de los datos de donde se obtiene el mayor valor de los mismos y que por lo tanto, esta dinámica refuerza la dependencia económica de los países del Sur y tiene implicaciones políticas al permitir una forma global de capitalismo de vigilancia, en perjuicio de la soberanía y la democracia de los países más débiles.

 

“¿Quién está dispuesto a luchar?”

En otros rubros, como el transporte o la alimentación, muchas personas que trabajan en (o con) plataformas (Uber, Rappi) no se ven a sí mismas como “colaboradoras” o “socias” de las apps, sino como trabajadoras. Ahora bien, cuando se les pregunta si preferirían estar en relación de dependencia, muches dicen que no. ¿Por qué? ¿Es acaso que sienten repulsión por la idea de tener aportes jubilatorios, ART, obra social, aguinaldo, licencias por maternidad o vacaciones pagas? Nop. Lo que resaltan es el no tener que obedecer a jefes abusivos que les den órdenes y los maltraten, y el hecho de que la app les permite cierto margen de decisión sobre su tiempo y sobre las tareas que realizan. El éxito de estas aplicaciones/plataformas en el mercado laboral no tiene que ver con sus bondades sino con el contexto en el que se insertan, aquel donde el resto de las opciones es aún peor. La clave es entonces escuchar: ¿Qué quieren les trabajadores? Mayor autonomía, mayor espacio para su decisión por sobre la de otres jerárquicamente superiores.

En la industria de la comunicación digital esto está conectado no sólo con las condiciones de trabajo, sino también con la pérdida de legitimidad de los grandes medios masivos, lo que viene a plantear una demanda por participación activa en la producción de contenido y la posibilidad de expresar ideas de manera soberana.

Según un relevamiento del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPREBA) realizado durante 2022, entre la población de empleados de prensa registrados de la Ciudad de Buenos Aires, la mitad de las y los trabajadores de prensa cobró salarios por debajo de la línea de pobreza y solo el 15% afirmó que puede vivir de su salario. La tendencia que se observa es la del pluriempleo o fragmentación del trabajo. Queda afuera del universo de empleados formales la inmensa mayoría de productorxs de contenidos, periodistxs, fotógrafes, diseñadorxs, ilustradorxs. Y los discursos de “sé tu propio jefe” que se proponen estetizar e intentar menguar la precariedad prometiendo libertad donde a veces solo hay incertidumbre, calan tan hondo como en cualquier otro rubro laboral.

La fragmentación se observa tanto en el trabajo como en el consumo de medios y entretenimiento con una particular brecha generacional que marca la tendencia: una madre que hace muchos años todos los días abre 4 portales online de los principales diarios del país y escucha la misma estación de radio, tiene una hija millennial, que cada día abre Twitter, recibe un newsletter por Telegram, sigue algunas cuentas en Instagram y muy cada tanto abre algún diario online, usualmente para ver cuánto está el dólar blue o si hay paro de bondis. El nuevo patrón de consumo modifica también la lógica de competencia entre medios. Ya no es miro TN o C5N, sino que puedo mirar un poco de todo, en distintos momentos. Los programas, las transmisiones, los newsletters, canales de Youtube, quedan almacenados para acceder a ellos en cualquier momento, On Demand.

Si los principales medios tradicionales competían duramente por el conjunto de la audiencia, la diversificación de la oferta, la fragmentación del consumo y el abaratamiento de las tecnologías dio lugar a una multiplicidad de iniciativas mediáticas (desde influencers, youtubers, streamers hasta revistas digitales) que trayendo un aire nuevo generacional y entendiendo el fenómeno de la atomización de audiencias, encuentran nichos desde donde desarrollan colaboraciones donde se potencian, con una actitud de mayor camaradería y menor adversariedad. Leyla Bechara o Tomás Rebord, son algunes de les muches trabajadores de la comunicación que plantean que hay una organización y politización posible dentro de las mismas. Desde la participación en sindicatos de prensa como en el caso de Leyla, que es una de las primeras influencers afiliadas a SiPREBA, hasta la propuesta de una “Cámara Argentina de Streamers” como ha sugerido Rebord en algunas de sus apariciones, pasando por la vía del asociativismo cooperativo, como plantea la Red de Medios Digitales, lo que se demanda es una estructura de organización que les de poder para negociar las condiciones con las empresas de plataformas.

 

Una organización más grande que Gúgol

Facundo Nívolo, periodista de Zorzal Diario e integrante de la Red de Medios Digitales, que recientemente ha logrado conformar la primera Federación de Medios Digitales de América Latina, retoma la dicotomía entre la lógica de la competencia y la lógica de lo colectivo y las analiza en torno a la batalla frente al tiempo: “Si bien trabajar como freelancer de alta calificación en la industria de la comunicación puede resultar redituable económicamente y brindar cierta autonomía, también implica inestabilidad y trabajar a la intemperie. ¿En qué sentido? Cuando trabajamos solos la autonomía tiene dos caras. Depender de uno mismo permite tomar todas las decisiones de forma autónoma pero también implica ser la entera red de soporte”. Como subraya Facundo, “trabajar de forma colectiva es más arduo en muchos planos dado que implica consensuar decisiones con un grupo de personas y debatir formas y contenidos pero provee una especie de caparazón. Si algo sale mal, no estamos solos.” 

Facundo plantea que la necesidad de construir un medio cooperativo que sea económicamente sustentable también permite que esto sea un trabajo con todas las letras: “que los periodistas reciban una remuneración estable por su trabajo como comunicadores y que así deje de ser algo a lo que le dedican tiempo después del laburo”. En ese sentido, el trabajo cooperativo podría ser en ocasiones una vía para la profesionalización. Sin embargo, por otro lado, explica que dirigir una cooperativa también implica “ampliar el perfil profesional” de forma contundente. A las tareas creativas de comunicación se le suman administración, contabilidad, recursos humanos, etc. Ya no sólo es dedicarse a producir contenido sino a gestionar las relaciones con las plataformas en las cuales el mismo se publica, así como las relaciones comerciales con publicitantes y la gestión de pauta estatal. El pasaje al cooperativismo es un poco como el pasaje a la adultez: “ah, ¿vos querías poder tomar decisiones sobre tu vida? Bueno, tomá, acá tenés”.

El cooperativismo emerge como forma de organización para afrontar la precarización de les trabajadores y la sostenibilidad de un periodismo de calidad. Esta estructura no sólo les permite mayor autonomía y poder de decisión sobre sus condiciones de trabajo sino que también les da un lugar en la construcción de una línea editorial. Sin embargo, requiere de esfuerzo, militancia y un compromiso considerable hacia la organización que no todo el mundo está dispuesto a brindar.

En un mundo cibernéticamente neo feudal, signado por diversas formas de dominación y manipulación mediática, no basta con disputar una parcela del territorio virtual para democratizar la comunicación. Para efectivizar los derechos de todes, empezando por los de quienes construyen la comunidad digital, se requiere iniciativas más radicales. Desalambrar los medios de producción de sentido demanda hoy mayores niveles de imaginación política, acumulación de poder y astucia. 

 

Texto: Sofía Negri & Florencia Antueno.
Imagen de portada: Igor Wagner & I.A.