Una esquina de Buenos Aires se transforma cada viernes, luego de la caída del sol, en un faro. Guía en medio de la noche las fuerzas rítmicas de la ciudad. Atrae piernas que se han vuelto adictas a los boleos y los ganchos. No lo sabemos, pero quizás salve a más de una vida de encallar en la penumbra.

La esquina tiene nombre. Se llama “La Tierra Invisible” y es una milonga de pocos meses de vida en el barrio de Parque Chacabuco. El nombre proviene de una cita de Scalabrini Ortiz, explica el bandoneonista Coviello: 

“La tierra invisible es una cita, es el nombre de un tema, pero también este espacio. Y está inspirado en las cosas que no se ven como el bombo del piano -pum, pum, golpea con el pie el pianista- pero que sí se escuchan.» 

El lugar consta de un escenario desde donde Coviello suele estirar el instrumento y presentar a otros músicos de tango. La noche no comienza con el show en vivo, sino con la voz de Romi invitándonos a jugar con los ligados o a identificar la forma en que el espacio llama a trasladarnos. 

Romina Pernigotte, profe de tango del colectivo Aires del Sur, da clases explicando calma y poéticamente las posibilidades del cuerpo. Con una amable suavidad nos muestra las figuras, pero también propone modos de escuchar y traducir corporalmente la música que viaja por el aire. 

Este paso recto es a tierra porque sino el otro se me va, ¿no? Pregunta alguien

¡Claro! Incluso en los viajes rectos hay gestos que nos enraízan.

Toda traducción es un desafío. Eso bien lo sabe Nico, un militante de la Milonga que acompaña a Aires del Sur y (cuando la situación lo requiere) ayuda comunicando en inglés las indicaciones de Romi. Pero la alquimia por la cual una directriz, un verbo o una palabra se transforman en cuerpo que danza sólo puede ser vivida en el baile mismo. Eso se ve en quienes dan sus primeros pasos a tiempo y también en quiénes ya llevan tiempo haciéndolo.

Después de la clase es posible acercarse a la barra donde está Melisa, pedir un vino o alguna empanada y sentarse en las mesas hechas de puertas viejas que por sus relieves ponen a prueba el equilibrio de los vasos y botellas (delatando quizás el nivel de fiesta de quienes visitan el lugar). La Milonga comienza entonces. Pero hay una particularidad y es que los tangos elegidos son composiciones o reversiones actuales. La música nos revela un lugar y un tiempo, no podríamos comprender ni bailar nuestra propia época sin nuestra propia caja de estrategias sonoras. Se trata de una apuesta del lugar: visibilizar, dar a conocer y sentir tandas nuevas.

Bajan un poco las luces que atraviesan el lugar y sobre el escenario Coviello y Di Lorenzo dan lugar a la música en vivo. Quizás comience el momento con algunas palabras de los músicos, quizás su presencia sea solo para hacer de puntapié y presentar a otros. Sea como fuere, el Cañón (el dúo formado por Coviello y Di Lorenzo) abre con un sonido atmosférico que atrae algo de niebla y torna el lugar aún más íntimo. Los bailarines se sientan y toda la atención se dirige a la frecuencia emitida por esos dos. El tema que nos embruja y funciona como apertura se titula Puerto, un tipo de tango stoner, envolvente, con el que es inevitable despegar. El dúo sigue con la Tierra Invisible, otro tema poderoso, oscuro, que parece poseer a los músicos provocando que el bandoneón se mueva como una serpiente a punto de salir de las manos de Coviello. El hechizo nocturno continúa pero ahora a cargo de la fiesta queda la orquesta Ullmann. La orquesta es potente, suena segura y nos hipnotiza. La arregladora y pianista Leda Torres, en sintonía con el lugar, sostiene que de lo que se trata es de hacer música nueva, abordar la música desde la propia contemporaneidad. Termina de decir esto y anuncia que el próximo tango al que la orquesta dará vida será Volver de Gardel. Nos reímos. Paradójicamente, esta vez lo nuevo proviene del pasado. Es que el tango nos plantea el problema de la herencia: 

¿Qué hacer con el pasado? ¿Qué hacer con los oldies del tango? Imitación, tributo, ficción for export. Nada de eso. 

La versión de Volver de Ullmann repercute en el cuerpo. Dan ganas de moverse, dan ganas de escucharla. Es preciosa. La orquesta no es solo un médium entre el ayer y el hoy, es también una fuerza creadora que en el gesto del tributo mismo transgrede. Porque quizás la única forma de hacer a este tiempo nuestro tiempo sea perdiendo todo respeto por el pasado. Hacerse con el pasado parece en este caso crear modos de sensualidad y apropiación del ritmo. 

Pienso que lo que se vive en esa esquina no sucede en ninguna otra parte del mundo. Pienso en las parejas que bailan en esa esquina. Pienso en las tres lámparas que iluminan el escenario donde descansa un piano de cola que casi deja afuera a Di Lorenzo pero que, como dice el músico, “eso es solo un detalle”. Tiene razón. Lo que sucede no tiene nada que ver con los espacios. El despliegue sonoro se filtra y desdibuja los límites del lugar. ¿Hasta dónde se expande? Eso solo puede responderse dejándose llevar por el viaje.

Bienvenidxs a la Tierra Invisible.

 

Ilustración: Romina Pernigotte