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Periodismo en chancletas

Borrador de la historia, industria opinológica, militancia de la verdad, mercadeo de información. ¡Hay tantas formas de entender el periodismo! Aún así, la imagen que tiene la mayoría es la de una persona elegantemente vestida contando noticias urgentes en la TV. El verano pasado desde Tierra Roja ideamos un taller para pensar el oficio desde otras perspectivas. Así surgieron diversas reflexiones, una de las cuales presentamos hoy. 

 

El periodismo en chancletas es, ante todo, modesto. Como una habitación sencilla, solo cuenta con los implementos indispensables para la felicidad. No se opone a otro hábitat. Ni se publicita como una alternativa. Y no se busca. Se te aparece. En un desbarajuste de la agenda. Como una necesidad de suspender los calendarios. Una especie de feriado. Para una escapadita.

Descamisado, sensual, refrescante. Puede ser placentero y hasta divertido. Es cómodo. Demasiado cómodo: van a decir las personas que se especializan en refutar leyendas. Esas personas que cuando señalas el Sol se fijan en el dedo. No nos engañemos. Solo lo suficientemente cómodo para intervenir en un mundo incómodo. Al mismo tiempo, es una tensión, que no pretende resolverse. Y una provocación con la temperatura justa. Una experiencia doméstica, no domesticada.

Al periodismo en chancletas no lo mueve el deseo de figurar ni de promocionar a nadie. Pero no quiere esconderse ni cortarse solo. Ni ser perseguido ni ser perseguidor. Solo necesita espacio. Una guarida con la ventana abierta. No le gusta el ruido ni podría vivir en silencio. Aunque aguarda el momento de hablar. No se encierra, ni se acalora. No transpira ninguna camiseta ni entiende de sacrificios. Es una pasión alegre, pero débil. Una oportunidad para la fragilidad.

El periodismo en chancletas no quiere ser más lindo ni más interesante. Tampoco alardear su precariedad. Solo se jacta de ser auténtico. Y, generalmente, no reprime sus ganas de pasarla bien. Le divierte mucho encontrar personas que saben lo que quieren. Pero se aguanta la risa para poder escuchar mejor. No es una apuesta, ni un cálculo. No es un modo de vida recomendable, ni una receta que sirva para fabricar algo. No es un método ni un plan para llegar a alguna parte. Más bien una estrategia de arraigo en un territorio que no conoce fronteras.

No te va a llevar muy lejos. Al periodismo en chancletas le gusta la proximidad. Como le gustan las pantallas, los patios, las terrazas, toda fuente de agua y los kioscos 24 hs. Hasta las terminales y los aeropuertos le pueden sentar bien. Los trenes de larga distancia y los viajes en auto en que se puede parar a comer.

No viene a sumar, sino a sustraerse. Es un ejercicio de despojo. De relajación. Nadie está a la altura. Nadie puede ascender. Se trata de desensillar. Explorar cuánto se puede bajar; cuando todo es cada vez más alto y vertical y ya casi no sirve tener los ojos alineados horizontalmente. El periodismo en chancletas vive en los rascasuelos, no en los rascacielos.

Es bastante ecológico, porque no tiene compromiso con ningún tipo de contaminación en particular. En cambio, se permite ser contaminado por cualquier cosa. Es barato y afectivamente sustentable, porque no busca satisfacer a nadie para ahorrarse cualquier malentendido. Su negocio es de índole espiritual. Y solo compite consigo mismo buscando ser cada vez más en chancletas.

Lógicamente, el periodismo en chancletas no sirve para andar corriendo. Mucho menos para recular. Solo puede avanzar, tropezar o esperar. No tiene apuro. Padece cualquier aceleración. Y le cuesta reaccionar, porque no es nada reaccionario. Solo atiende los llamados del interior, que casi siempre se cortan o se escuchan mal.

Para el periodismo en chancletas la palabra mañana es una metáfora que habla de generaciones futuras; y la palabra historia se refiere a algo que todavía nadie contó. Una fuente es un lugar donde se pueden mojar las patas o tirar una moneda. Una conversación en Off puede servir para espantar a los mosquitos. El periodismo en chancletas ya sabe cómo son las charlas de café. Ahora quiere tener charlas de tereré.

El periodismo en chancletas te expone. La desnudez es un recurso estilístico. El descubrimiento va más allá. Tener las patas sucias o no haberse cortado las uñas son datos. Un aroma, además, puede ser penetrante. Lo que el periodismo en chancletas tiene para ofrecer no son informaciones. Implica participar de un flujo de elementos como el aire o la luz ofreciendo una porción de piel a cambio de un hallazgo. Aunque no es la idea, puede ser peligroso. Está lleno de bichos. Algunos ni siquiera se ven. Por eso el periodismo en chancletas se acerca a los saberes de la tierra manteniendo una distancia prudencial.

No es superior ni autosuficiente. Tan útil como los picnics y tan íntimo como los cumpleaños, funciona mejor en grupo. Es tan honesto como las lágrimas, salvo las de los cocodrilos. Y es lo contrario a un disfraz, en especial los disfraces de periodismo. El periodismo en chancletas es una cosa seria. Tan seria como esas cosas que no se pueden comprar ni enseñar. El tipo de cosa seria que a casi nadie interesa y sin embargo ahí están.

No es una pose, ni una postura. Es una posición circunstancial. Sólida pero vulnerable. Como una fortaleza sitiada. Amenazada. Que hay que prepararse para defender. Y mientras tanto, un lugar confortable para experimentar; un laboratorio de ideas; una sala de ensayos; una cocina; una máquina de coser; y un polígono de tiro.

Pero sobre todas las cosas, el periodismo en chancletas es periférico. Esa es su posición. Etimológicamente, periodismo viene de peri, que significa alrededor; y hodos, que significa camino. El periodismo en chancletas no viene ni de Grecia ni de Roma y no sabe a dónde conducen todos los caminos. Solo sabe que le gusta estar al lado del camino. No está invitado a ninguna fiesta. Mucho menos a las de etiqueta. Pero tampoco se las quiere perder. Por eso intenta entrar a todas por la puerta del costado.

 

Ilustración: @panchopepe2000

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