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Una visita al gigante de Alberdi en Córdoba

En mayo de 2022 dejó de lado su vida como física relativista y decidió que iba a elegir al fútbol como espacio para descargar su voluntad política de transformación social. Más de 15 años pasaron desde que en la adolescencia visitaba el Estadio La Ciudadela para ver a San Martín de Tucumán. Con el tiempo, las lógicas del fútbol masculino terminaron por alejarla de los estadios durante muchos años. Su regreso, en el contexto de un fútbol femenino en crecimiento exponencial, es emocionante como el partido que relata entre las “Piratas” de Belgrano y las “guerreras” de la UAI, últimas subcampeonas de la más alta categoría del fútbol femenino.

 

La primera vez que entré al “Gigante de Alberdi”, menos conocido como el Estadio Julio Cesar Villagra del Club Atlético Belgrano de Córdoba, fue un domingo de agosto del 2022. Habíamos organizado una fiesta en casa y una de mis amigas que se quedó a dormir nos propuso acompañarle a ver Belgrano-Vélez, partido del torneo femenino de la B Nacional. Yo, que unos días atrás finalmente había logrado sacar mi carnet de jugadora, me emocioné mucho con la invitación. El plan era tan improvisado que llegamos en el rastrojero de nuestro amigo fletero cuando ya había empezado el segundo tiempo. 

Recuerdo todavía en el cuerpo el vértigo que me dio entrar al Gigante. Durante mi adolescencia, había tenido la suerte de acompañar como hincha a San Martín de Tucumán desde el torneo de la Liga hasta Primera (pasando por la B y la C nacional). Desde entonces, más de 15 años pasaron y en todo ese tiempo no había vuelto a entrar a un estadio. El Gigante es, aparentemente, más grande que el estadio tucumano La Ciudadela, pero el vértigo no tenía que ver con esa diferencia, sino con el cambio en las circunstancias de mi vida.

Cuando era une adolescente hincha de San Martín de Tucumán, mi pasión era relativamente impuesta. A ver, todas las pasiones son “relativamente impuestas”, pero a lo que voy es que si bien disfrutaba enormemente de los triunfos del Santo, había una parte de mí que se sentía muy alejada de la “situación estadio”. Una voz en mi cabeza a veces me sacaba del trance con la pregunta: “¿Y qué ganás vos con que ellos ganen?”. Por supuesto también mi cabeza racional y fría me llevaba a querer que gane el Santo. Me gustaba mucho por ejemplo cuando se enfrentaban a algún equipo de Buenos Aires (en el 2008 tuve el placer de ver un San Martín (3) – River (1), siendo yo también hincha de Boca), pero de todas maneras había otros momentos en los que me sentía una especie de forastera en una tierra que no terminaba de sentir del todo mía.

Cuando unos años después la facultad de física me puso en modo ultra-nerd, las lógicas del fútbol masculino terminaron por invitarme a cortar el vínculo, una vez mudada a Córdoba: no volví a ver fútbol. 

Tuvieron que pasar 15 años para que vuelva a enamorarme, cómo cuándo era aquel niño bostero que conectaba con la felicidad (y la tristeza) de su familia paterna a través del triunfo (o la derrota) de Boca. El deporte ha sido siempre para mí una vía de escape cuando me siento perdida, rendida y desanimada. Me revitaliza, me renueva, me re empodera. Cuándo vi en el fútbol femenino una oportunidad para hacer de la práctica deportiva una cuestión política, decidí que esa iba a ser mi batalla.

Fue por eso que, cuando ese domingo de agosto sentí un pequeño agujero negro en el estómago, se debió a que una parte mía no pudo evitar pensar: “¿Y si algún día me toca estar ahí abajo?”. No voy a negar que soy fantasiosa. Sé bien que es muy probable que mi cuerpo y mi falta de habilidades no me permitan llegar nunca al nivel de un Belgrano de Primera, pero quizás no era utópico fantasear con una final Juniors—Belgrano en el torneo de la Liga que nos diese la posibilidad de pisar ese pastito tan hermoso. Apoyada en la baranda del segundo piso, me temblaron las piernas de sólo pensarlo.

Ocho meses después, en abril de 2023, vuelvo al Gigante de Alberdi. El estadio estuvo cerrado por remodelaciones así que es el primer partido del año que las “Piratas” juegan de local. De un lado las “Piratas de Alberdi”, del otro las “gladiadoras de la UAI”, subcampeonas del torneo del año pasado. 

Yo vine a hinchar por Belgrano, porque vivo en Córdoba pero también porque lo siento como esa rivalidad “interior” vs. Buenos Aires que siempre disfruto mucho. Un sábado el equipo de la Liga de Belgrano nos ganó 3 a 0 en un partido que podría enojarme (sobretodo por los festejos un poco descuidados en los vestuarios) pero la verdad es que entro al Gigante con mi corazón celeste.

Llego 20 minutos tarde. Podría poner como excusa una reunión en casa que se estiró, pero la verdad es que quería llegar tarde. Mi plan es escribir esta crónica, así que prefiero evitar la situación incómoda de explicar que no, que no estoy sola por una dificultad para generar vínculos, sino que también me gusta mucho tener citas conmigo y mis libretas.

Me fijo en las historias de Instagram de los equipos y no hay publicaciones sobre el resultado. Las tribunas de abajo están bastante llenas así que subo al piso de arriba buscando intimidad. Y la encuentro. Hay no más de 10 personas por sector, en su mayoría varones. Algunos se han sacado la remera y la tienen puesta en la cabeza para combatir el solazo. La única sombra a la vista es la sombrilla amarilla de una pareja. Tengo puesta una calza negra, una pollera apretada que en verano casi no uso porque sin calza abajo me siento muy trola y una remera mangas largas morada que me gusta mucho porque tiene un cuello ancho, se me ven los tatuajes y me hace lindas tetas.

Hace mucho calor. En la mochila tengo ropa para ir entrenar con Juniors después del partido, así que podría ponerme el corpiño deportivo pero cambiarme implicaría quedarme en tetas. Finalmente pienso: “si ellos pueden estar en tetas, por qué no yo” y durante unos segundos hago mi primer topless en un estadio de fútbol.

Divertida imagino esos momentos en los que la cámara filma la tribuna y a las comentaristas de DeporTV mencionando, entre risas, mi atrevimiento. En ese momento recuerdo que el partido está siendo televisado. Abro Youtube. 25 minutos del primer tiempo, gana la UAI 1 a 0. 

Un 1 a 0 es muy remontable. La verdad es que aunque hincho por Belgrano, espero un resultado abultado de parte de la UAI. Y de hecho, desde que llego hasta cerca del final del primer tiempo, la UAI maneja el partido. Triangulan tocando de primera de una forma tan hermosa que el segundo gol parece inminente. Tienen un par de llegadas y, finalmente, cuando también Belgrano empieza a llegar la salteña De la Serna, que acaba de entrar por Luna, recibe sola por el lado izquierdo de la defensa de Belgrano y tira un centro a Núñez, que la baja y amaga como en el patio de su casa, anotando el segundo de la UAI. 

Fin del primer tiempo.

Hace unos años, cuando empecé a escribir diariamente, me enamoré de un escritor norteamericano que hablaba del tenis como una experiencia religiosa. Después de 10 años sin venir, volver a ver fútbol de estadio me genera emociones que me cuestan explicar. Hasta ahora yo razonaba que esa sensación se debía al tamaño del estadio y la presencia de hinchada, pero hoy vuelvo a notar que la materialidad de las jugadoras se siente extraña, casi milagrosa, en comparación a la bidimensionalidad del fútbol de TV. The Real cine 4D.

Estoy sentada detrás de dos varones que comentan el partido con un poco de mansplaining pero me resultan mucho menos molestos que un señor que, unos metros más allá, bardea a las jugadoras cuando pierden la pelota, recordando lo peor de mis épocas de fútbol masculino.

Comienza el segundo tiempo y las “Piratas de Alberdi” salen a comerse la cancha. En los primeros minutos consiguen un córner que termina en un remate desviado. En el minuto 7 sale una defensora de Belgrano y entra Rodríguez, delantera. El partido está super trabado y hay mucho manoteo a la hora de tener la pelota. Comienzan algunos bardeos entre jugadoras y la árbitra tiene que pedirles que bajen un cambio. UAI se agranda de nuevo y Nuñez recibe sola, otra vez por izquierda, y le da al travesaño. 

En el minuto 15 entra la histórica capitana de Belgrano, la Pepa Gómez. La hinchada se emociona. La arquera de Belgrano hace un tapadón que vale por un gol, 5 minutos después, un centro de Belgrano llega a Mayra Acevedo, que gana la espalda de las centrales en el área chica y le pega en el aire, clavándola al ángulo. El partido se pone 2 a 1. Las Piratas lo festejan rápido y ya están buscando que se saque del medio. Belgrano insiste. La hinchada está encendida, pero entonces una jugadora de UAI queda (¿estratégicamente?) en el piso y el partido se enfría.

Durante 10 minutos no pasa mucho, pero entonces, en el 30, la Pepa mete un centrazo de córner y Acevedo vuelve a sacarse las centrales de encima con un amague y cabecea sola. Empate.

UAI sale a buscar el partido. Acevedo queda en el piso y tienen que aerosolearle la pierna con quién sabe qué. Belgrano hace el cambio y sale la goleadora pirata.

El partido se pica de nuevo. Codazos, faltas y tarjetas. Se ve a ambos equipos un poco cansados. Le siguen 10 minutos de mucha disputa en la mitad de la cancha. Belgrano tiene un par de tiros libres lejanos y tira centros que no aprovecha. Cada vez que hay una falta las jugadoras de ambos equipos quedan un buen rato en el piso.

Dan 6 minutos de tiempo adicional. En el primero de esos minutos, la defensa de Belgrano cierra mal un contragolpe de la UAI y Falfán, con su calidad de jugadora de selección se la pone a Núñez y consiguen el 3 a 2 para la UAI. 

Las Piratas enfurecen. Algunas piden offside y otras están enojadas por el gesto de Romina Nuñez en el festejo, que fue a hacerle “shh” a alguien en la tribuna. La verdad es que están enojadas porque ahora, después de todo su esfuerzo, están perdiendo de nuevo. La tribuna, obviamente, también enfurece. Gritan desaforades después de cada intervención de la árbitra. Y yo, que tengo pocas pulgas con los malos perdedores, un poquito me alegra ese tercer gol, aún cuando quizás hubiera preferido que gane Belgrano. 

Fin del segundo tiempo.

Me quedo todavía un ratito más escribiendo algunas ideas mientras las piratas se acercan a saludar a la hinchada. Cuando salgo me encuentro con amigas de “Wacha Marta”, el equipo de feministas con quienes juego a veces los martes. Parecen un poco sorprendidas de verme sola, pero tampoco tanto. Nos saludamos, compartimos algunas impresiones sobre el partido y me alegro al ver que mi bici sigue atada donde la dejé. Todavía me queda una hora para comer unas galletas en la plaza y avanzar un poco más con esta crónica, antes de que sea la hora de ir a entrenar. Siento en mi cuerpo la gran motivación de haber tenido una auto-cita hermosa, de haber visto un partidazo, y de seguir permitiéndome soñar con vivir algún día esa experiencia desde el otro lado.

 

 

Foto de portada: Club Belgrano

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