El largometraje documental Gallo Fino, dirigido por Sebastián Korol, recupera la faceta revolucionaria del cura José Czerepak. Nacido en Corpus en una familia campesina, el sacerdote se destacó como fundador y asesor del Movimiento Agrario de Misiones (MAM) en los años 70. Fue perseguido, detenido y torturado durante la dictadura y luego exiliado en Alemania.
Colonia Alberdi fue la comunidad que el padre Czerepak eligió para retomar el sacerdocio en su patria, interrumpido en la mañana del 24 de marzo de 1976. Allí levantaría una parroquia y viviría hasta sus últimos días. Casual o causalmente, Alberdi también había sido cuna del Movimiento Agrario de Misiones. Es por eso que fue el escenario elegido por Sebastián Korol para el estreno de Gallo Fino.
Esa iglesia, donde descansan los restos de José desde 2011, recibió a la comunidad de Alberdi para ver el documental en el contexto de los 50 años del nacimiento del MAM. No pocas personas de la audiencia, sobre todo las que conocieron al religioso en sus últimos años, se llevaron una sorpresa al enterarse de la trayectoria combativa del antiguo padre de su parroquia, no muy difundida.
Es que el sacerdote regresó a la Argentina ya bien entrado el último período democrático, después de largos años de exilio, continuando su tarea pastoral con una fuerte impronta comunitaria pero con un perfil mucho más bajo. Entonces, ¿fue Czerepak un cura revolucionario? ¿adscribió a la llamada Teología de la liberación? ¿hasta dónde estuvo comprometido con las luchas populares de aquellos años? Eran todas preguntas muy válidas hasta el estreno de Gallo Fino.
Sebastián Korol se encarga de reconstruir el periplo revolucionario a partir de testimonios variados. Como un misterio que se va resolviendo de a poco, el director comparte el camino de su propia investigación donde, a través de las declaraciones de personas que lo trataron en sus distintas etapas, el contorno de la figura de José se va transformando desde el de un cura diferente hasta el de un militante revolucionario, con total coherencia y sin solución de continuidad.
Hay muchas películas que narran las gestas revolucionarias, documentales para hacer dulce y una larga tradición de cine comprometido socialmente en nuestra región. Pero una cosa es registrar la historia y otra construir memoria. La historiografía con sus nombres, sus fechas y sus datos morbosos a veces se come lo que es más esencial para recuperar el pasado. Lo que pasó en los afectos, en las micro historias con las que las personas inscriben su propia vida en un relato mayor.
Hay que ponerse un poco en contexto. Por una serie de razones, en los años 70 para muchas personas las injusticias sociales eran intolerables. Entre esa gente, sacerdotes del denominado tercer mundo daban origen a la Teología de la liberación. Se trataba de dejar de esperar resignadamente el más allá y traer la justicia un poco más acá. El Concilio Vaticano II, la Revolución Cubana, la Conferencia de Medellín. Un rosario de acontecimientos, personajes, esperanzas, marcaron a toda una generación.
Eran tiempos donde los boicots a empresas no tenían nada de virtual. Una de las metodologías de lucha más popular consistía en tirar clavos sobre la ruta para entorpecer la circulación de los camiones. Debe haber miles de libros que intentan explicar cómo la teología es influenciada por la dinámica política y viceversa. La película de Sebastián es una excelente vía de entrada a ese problema, desde la experiencia rural de una zona olvidada del interior de Misiones y no por eso desconectada de los acontecimientos mundiales y los grandes misterios.
“¿Es pecado tirar miguelitos?” Le preguntó al cura uno de los agricultores en lucha. Czerepak, pacifista acérrimo que siempre se negó a portar armas, tuvo que ensayar una respuesta, al fin al cabo era su rol de consultor espiritual: “Mientras haya un colono explotado, no es pecado”. Un instante histórico más tarde, las cúpulas eclesiales de Argentina legitimaban el horror. Respaldaban torturadores, bendecían armas y aviones que serían usados para arrojar personas vivas al mar. Sacerdotes como Czerepak, Mujica, Angelelli eran perseguidos y asesinados en todo el país.
Las injusticias contra las que esa generación se reveló son actualmente mucho más pronunciadas. Casi cualquier índice que consultemos: desempleo, brecha salarial, distribución de la riqueza, registra hoy niveles más alarmantes. Sin embargo, por alguna razón, ya no hay revoluciones sociales en el horizonte. Es un motivo más para mirar con respeto el pasado y reconocer que con documentalistas como Sebastián al menos los índices de memoria están en un buen nivel.
Ante una película de este tipo la sensación suele ser: “debería pasarse en todas las escuelas”. Sin embargo, una inmediata reflexión desplaza esa primera sensación: «debería verse en los seminarios». Si hay algo notable en la iglesia católica de la actualidad es la distancia entre su jefatura y el movimiento real de su organización. Casi al revés que en aquellos años. El discurso social de Francisco destaca por su radicalidad pero no emergen liderazgos populares que parezcan encarnarlo.
Dos palabras finales sobre el buen gusto con que el documental está confeccionado. Es muy fácil caer en un montón de lugares comunes al abordar la época. La sobre-ideologización, los recursos efectistas, la sobreabundancia de información, la narrativa escolar. Gallo Fino, en cambio, hace gala de la simpleza con que se mueven los que saben qué están haciendo. No hay un golpe, no hay un grito, no hay un llanto. No hacen falta, no caben, serían redundantes.
Incluso el tono general de los testimonios colabora con la estructura del guión, donde la información se revela paulatinamente. Las personas entrevistadas se expresan de manera elemental, casi escueta, lejos de la grandilocuencia y las grandes palabras. Es en el modo de contar donde encontramos la historia y lo que justifica el registro audiovisual. Una sonrisa incontenible, una pausa para tragar. Una señora que se pone pituca para hablar del curita de su iglesia.
Gallo Fino hace pie en una humilde región periférica para hablar de un acontecimiento que tuvo alcance regional e internacional. Toca fibras sensibles de la intimidad de la Historia para enseñarnos algo de las grandes y desalmadas estructuras que aún hoy gobiernan nuestras sociedades. Lo hace desde la fuerza de la ternura y la belleza de la sencillez. No encontramos el super-héroe individual que promueve diariamente la industria cultural, sino la historia de un hombre bueno que en un tiempo violento decidió cifrar su esperanza en la lucha de los desesperados.
La película se proyectó en el Festival Oberá en Cortos y durante el año que viene rodará por eventos en diferentes localidades en el marco de la presentación de un libro del mismo autor que amplía el material documental.