El placer intenso significa el final del
intercambio en todas sus formas
Genesis P-Orridge
Dedicado a J.P
Intentar hablar, escribir, producir
Este texto había empezado como un escrito sobre mi depresión. Imposibilidad de libidinización del mundo. Sentimiento de lo que cae, de lo que no se aferra a la vida. Apatía. Tristeza profunda. Desgano. Pero a medida que más intentaba escribir sobre eso, más lejos me sentía. Y sin querer soltar la experiencia que incluso yo misma me había propuesto, insistí neciamente forzar hasta el cansancio algo de lo que solo quedaban frases hechas.
Entonces me detuve. Y una oración, que ya no se si la pensé yo o la dijo otro -experiencia de multiplicidad- se me impuso. Esto ya no tiene que ver conmigo. Y no puedo escribir si no siento, no puedo vivir si no escribo.
Mi cuerpo me presentó un desafío brutal. Pero no me lo presentó como frustración, sino más bien como pérdida. Dejarme afectar por lo que estaba conspirando dentro de mi. Por que claro, que ilusa había sido. No hay vida que brota incesante sin pérdida. Pero tampoco hay pérdida sin lo que intenta vivir desesperadamente. Como derroche, placer, dolor, intensidad, exceso, desmesura.
Escribir es una experiencia de pérdida, le dije una vez a Agustín, que además de ser un amigo era mi docente de narrativa. Él me confrontaba con la insoportable práctica de desprenderme de todo ese imaginario berreta de supuestos que me había impuesto sobre lo que era escribir «bien».
¿Acaso no heredamos también millones de imágenes y guiones del bien o feliz vivir que no nos permiten finalmente una vida? ¿Y desde dónde producimos, decimos, deseamos si los guiones se convierten en jaulas, encerronas de una vida que sufre y trabaja sosteniendo ese sufrimiento? ¿Qué necesitamos para detenernos? ¿Cómo producimos el límite a esa encerrona? ¿Cómo fugarnos? ¿Cómo re-encantamos el mundo, cómo lo llenamos de magia? ¿Cómo nos volvemos a asombrar para re-erotizar la existencia? ¿Por qué no es acaso, la deserotización de la vida, el síntoma por excelencia de esta época?
Acaso una depresión popular.
Asombro y depresión, una mirada feminista
Sara Ahmed, filósofa feminista, traza una composición entre el asombro y los feminismos. Una relación tan justa como necesaria, excesiva y voraz. Piensa el asombro como un afecto en relación con el mundo. Como una fuerza, la de mutación de lo ordinario en extraordinario. El asombro implica una pregunta de porqué el mundo está como está, es como es. Destroza la certeza de lo estático y dado de las cosas: inyecta historicidad. Habilita la re combinación de lo que hay, cambiando las superficies de los cuerpos. Invita al movimiento y a la transformación. El asombro, en última instancia, es lo que me condujo al feminismo.
¿Hemos perdido nuestra capacidad de asombro? ¿Qué tiene que ver el asombro con la depresión?
Busco desesperadamente volver a asombrarme. Converso con quienes me producen las fugas necesarias para pensar más allá de lo que veo, intentando elaborar respuestas o más bien cambiar las preguntas para abrir los paisajes y las ideas. ¿Qué dice la depresión sobre nuestras formas de vida? ¿Qué saberes y fuerzas del mundo se elaboran en la experiencia depresiva?
El mundo está desencantado. Están desencantadas nuestras pasiones, nuestros entusiasmos, nuestros sentidos excitantes sobre las cosas y la vida. Estamos en posición alienante en relación a lo que se nos presenta como lo dado. Sensación de encerrona: no hay salida ni escapatoria. El exarcerbismo del yo, la idea que uno puede todo, nos expulsa de la pregunta por las condiciones de existencia, por la historia y la genealogía. Y creo que no hay experiencia más clínica y terapéutica que la posibilidad de asociar, de fundir un sufrimiento, componerlo con la historia de cada quien para escuchar qué dice eso de nosotrxs en relación al mundo. Porque el mundo y nosotrxs somos una misma cosa.
¿Será que hay una velocidad, frecuencia y movimiento de los intercambios que imposibilitan, o mejor dicho proscriben la posibilidad por esta pregunta? ¿Por qué? ¿Qué me dice esto de la propia vida en comunión?
Y principalmente, ¿hay una relación entre el asombro y un placer tan intenso que interrumpa el intercambio?
Duelo, fragilidad y potencia
La posibilidad del reencantamiento y re -libidinización del mundo implica exceso, potencia de reapropiación. Y supone al mismo tiempo la inscripción de un duelo, experiencia de pérdida. Me animo a decir que el exceso y la pérdida son dos procesos que no se pueden dar el uno sin el otro. Cada uno es condición de su posibilidad.
Y ojo, para nada quiero pensar la pérdida en términos de falta. Fíjense que distinto el movimiento entre una pérdida y una falta. La falta prescinde del movimiento. Y yo, lo que busco es una ética de él.
El asombro, como la pérdida, es movimiento, desestabilización, fragilización, vulnerabilidad, excitación con las formas del mundo como dolor y placer. Conjugación molecular. Un encuentro con la poética y con el caos de nuestras fuerzas, que nunca son solo nuestras.
Por eso ahora escribo sobre y desde el entusiasmo arrancado de nuestros tiempos. Ese entusiasmo que busca aferrarse a los instantes. A lo oceánico de una velocidad que despierta. Experiencia de asombro que se parece más a un arrojo al infinito que a una cura o una estabilización depresiva. Sensación de un tiempo, o una presencia que se escapa a lo insoportable de lo calculador del yo. El yo quiere saber, el infinito quiere vivir. Intenta sublevarse a las encerronas, como violencias, crueldades, fascismos, desigualdades, mandatos. Fugarse, escaparse, perderse de ahí.
El asombro asusta. Y el miedo nos fragiliza. Aún más cuándo no se vive como tal, sino que se anuncia más bien como aberración, abismo. Por eso nos hace detenernos en la punta del precipicio, dudar y hasta a veces renunciar al salto. Pero la potencia del asombro no es sin ese temblor. No es sin el miedo que nos avisa que la vida está cerca.
Foto: Martín Zabala (@zabamar)