Estamos en Misiones y corre el mes de noviembre del año 1977. Policías de la comisaría de 25 de Mayo detienen y torturan hasta la muerte a un trabajador rural de origen brasileño llamado Manuel Dorneles. La enfermera del pueblo, testigo ocasional del hecho, se atreve a romper el silencio. La Justicia investiga y termina condenando a prisión efectiva a los responsables, marcando un hito sin precedentes. Cuarenta y cinco años después, una investigación periodística financiada por el Fondo Nacional de las Artes reconstruye y rescata del olvido aquel trascendental acontecimiento. Un adelanto conformado por el prólogo y el primer capítulo, del libro que cuenta la historia de la primera condena por violencia institucional del país.
Prólogo
Por Ricardo Biazzi, Abogado constitucionalista, docente universitario y ex juez, interviniente en el caso Dorneles.
Los hechos narrados en El caso Dorneles, nos convocan a conocer esta historia a la luz del presente, sabiendo que se trata de un hito dentro de la historia del sistema judicial de la República Argentina, ya que fue la primera vez que se enjuició y condenó a policías por los delitos enmarcados dentro del fenómeno criminal hoy conocido como violencia institucional, concepto que se desarrolla en el libro a partir de distintas definiciones y marcos teóricos.
El itinerario de investigación incluye, como se dijo, las expresiones de personas que habiendo tenido algún grado de involucramiento o cercanía con el caso, brindaron sus valiosos testimonios. Familiares de Manuel Dorneles, testigos de la causa, funcionarios judiciales, historiadores, comunicadores, así como sobrevivientes y familiares de víctimas de la última dictadura cívico-militar, fueron fuente de consulta para este trabajo de reconstrucción de un hecho y su contexto. La obra amplía así su alcance, explorando con agudeza documentación relacionada al accionar del terrorismo de Estado en Misiones, y un particular entrecruzamiento de información testimonial que permitió determinar que algunos de los efectivos policiales imputados por la tortura y el asesinato de Manuel Dorneles, aparecen en los relatos de las víctimas de la dictadura que los reconocen como sus captores.
Finalmente, el autor también ofrece un exhaustivo recuento de casos de violencia institucional que terminaron con la muerte de ciudadanos en contexto de encierro u otras circunstancias en las cuáles siempre la policía estuvo involucrada como victimaria, pudiéndose observar que a diferencia del caso Dorneles, la mayoría de estos casos, pese a haber ocurrido en plena democracia, permanecen impunes.
La violencia institucional es así, y sin lugar a dudas, una de las asignaturas pendientes de la democracia argentina. La falta de respuestas de las políticas de seguridad, a veces invocadas e intentadas, y los graves hechos de violencia policial sucedidos en las últimas décadas ponen en evidencia la inviabilidad de un modelo de seguridad asentado en la teoría de su autogestión por parte de las fuerzas policiales y en deleznables prácticas ilegales que provienen de los trágicos tiempos de la dictadura y que perduran al presente. Porque si bien el concepto de “violencia institucional” como “uso arbitrario o ilegítimo de la fuerza ejercido o permitido por las reparticiones del Estado” cobra fuerza e identidad a partir de los últimos años del siglo pasado, esa violencia institucional remite, como con precisión lo sostiene Alvez, a hechos ilícitos de tiempos tanto de dictadura como de democracia.
A la hora de destacar puntos comunes y aspectos relevantes respecto a la noción de violencia institucional, en la actualidad existe coincidencia en registrar, necesaria y concurrentemente, tres componentes: prácticas específicas (asesinato, asilamiento, tortura, etc.), funcionarios públicos (que llevan adelante o prestan aquiescencia) y contextos de restricción de autonomía y libertad (situaciones de detención, de internación, etc.) Los derechos humanos frente a la violencia institucional (ARMIDA, MARÍA JIMENA – CASSINO, MIRANDA -CIARNIELLO IBÁÑEZ, LUCAS. 28 de Septiembre de 2015. Id SAIJ: NV12822).
Aquí, cabe recordar que sancionada por el Congreso de la Nación en 2012, la ley 26.811 declara el día 8 de mayo como “Día Nacional de la Lucha Contra la Violencia Institucional”. La norma apunta a recordar las graves violaciones a los derechos humanos ocasionadas por las fuerzas de seguridad y a promover la adopción de políticas públicas en materia de seguridad respetuosas de los derechos humanos, así como a consolidar “la concepción democrática de la seguridad respetando la plena vigencia de los Derechos Humanos, la sujeción irrenunciable de las fuerzas de seguridad al poder político y la protección de los derechos de los grupos más vulnerables de la sociedad”. Dispone, además, la señalización, con leyenda de repudio a lo allí sucedido, en cada uno de los parajes donde se hubieren perpetrado hechos de violencia institucional.
Volviendo a los esfuerzos del autor transitando los intrincados caminos de esta problemática, merece una especial consideración su mirada crítica referida a la deficitaria respuesta judicial ante la violencia institucional. El accionar de la estructura del Poder Judicial, sostiene, resulta crucial, pues la falta de respuesta adecuada genera impunidad presente y futura, coincidiendo de este modo con las expresiones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (“Caso Bulacio vs. Argentina”), que “entiende como impunidad la falta en su conjunto de investigación, persecución, captura, enjuiciamiento y condena de los responsables de las violaciones de los derechos protegidos por la Convención Americana, toda vez que el Estado tiene la obligación de combatir tal situación por todos los medios legales disponibles ya que la impunidad propicia la repetición crónica de las violaciones de derechos humanos y la total indefensión de las víctimas y de sus familiares”.
El caso Dorneles debe encuadrarse, entonces, y como certeramente lo sostiene Alvez dentro de una práctica sistemática y aún presente de violencia institucional en una provincia en la que el propio Estado reconoce las severas limitaciones que demuestra el Poder Judicial a la hora de investigar debidamente cada uno de los casos, y que expone la ineficiencia del mismo Estado para prevenir y erradicar estas prácticas criminales y antidemocráticas por parte de la Policía Provincial y en menor medida, por otras fuerzas de seguridad.
Escribir sobre la brutalidad policial como expresión de la violencia institucional, aún en democracia, no resulta tarea sencilla. Sobre la revista de investigación periodística Superficie de la que Sergio Alvez fue fundador y director durante diez años en forma ininterrumpida, Alexis Pedro Rasftopolo, expresa: “es un medio de comunicación contra hegemónico y, por ende, proclive a una práctica comunicacional ética, ideológica y políticamente comprometida y contrapuesta a las agendas y sentidos que promueven gran parte de las empresas periodísticas, en la provincia de Misiones. Los hacedores de Superficie, realizan investigaciones, y acompañan los procesos sociales que generalmente los medios de comunicación convencionales tienden a omitir o tergiversar: las situaciones de exclusión y avasallamiento que padecen amplios sectores en la provincia; las comunidades indígenas, las cuestiones socio ambientales con la producción de pasta celulosa, la deforestación, o los desplazamientos poblacionales y otros efectos perniciosos que producen las presas hidroeléctricas. Por otro lado, también, evocan sucesos que la historia oficial soslaya o personajes también olvidados de otrora y de ahora. El proyecto comunicacional que proponen los hacedores de Superficie parecería ir, sigilosamente, concretando la difícil hazaña de construir “otra comunicación en Misiones”(“Comunicación popular, alternativa y modos de agenciamiento juvenil: el proyecto de revista Superficie, “otra comunicación en Misiones”).
Precisamente pensando en Sergio Alvez y su tarea, mentalmente en forma reiterada he recurrido a “Las cinco dificultades para decir la verdad” de Bertolt Brecht, quien bien nos recuerda que la lucha contra la mentira y la ignorancia debe sortear no pocas barreras. La primera de ellas es tener el valor de escribir la verdad, impidiendo que se la desfigure o se la calle, sea por temor a los poderosos o para engañar a los débiles. También nos advierte sobre la necesidad de obrar con sagacidad para reconocer la verdad, pues en ningún caso, encontrarla será fácil. Será indispensable, agrega, escribir con eficacia la verdad sobre ciertas condiciones deplorables, pues se requiere escribirla de tal manera que se puedan reconocer las causas evitables. Además, la verdad no se puede simplemente escribir, es indispensable escribirla para alguien que sepa usarla, el juicio de escoger a personas en cuyas manos la verdad se hace efectiva. Es importante saber a quién le decimos y quién lo dice. En todos los tiempos, agrega, se usó la astucia para difundir la verdad, cuando la sofocaban o desfiguraban.
Alvez, logra sobreponerse a las dificultades advertidas por el dramaturgo alemán, y con fructíferos resultados como escritor y periodista de investigación llega a visibilizar realidades, exponer miradas, promover debates y acciones sobre contextos conflictivos que perpetúan las situaciones de vulnerabilidad de miles de personas y familias de comunidades urbanas, rurales, indígenas, migrantes, para contribuir, desde el reconocimiento de esos escenarios, a la lucha por su transformación.
En definitiva, Sergio Alvez con admirable maestría alumbra desde todas sus aristas, y a más de cuatro décadas de haber ocurrido, el “Caso Dorneles”, haciéndonos reflexionar, con su estilo punzante y conmovedor a la vez, sobre una dolorosa e irresuelta tragedia de vida argentina: su violencia institucional.
Capítulo 1
Los restos de Manuel Dorneles están enterrados en una tumba sin nombre en el cementerio municipal de 25 de Mayo, en Misiones, provincia en la que según Horacio Quiroga, nadie puede morirse de aburrimiento.
Sin embargo hay personas que relacionan el aparentemente parsimonioso tranco que se percibe en ciertos pueblos de ese lugar que llaman “el interior” de Misiones, pero que no es más que toda superficie de tierra fuera de Posadas.
–Es una muerte. No hay nada-suele oírse decir a ciertas voces citadinas, en alusión a algunos de los bellos poblados misioneros.
Allí donde la urbanidad muere, afloran hacia los ríos cientos de colonias, ciudades pequeñas, monte en diferentes dimensiones, pinares y veneno, casi mil arroyos y un enjambre humano y cultural sin parangón, conviviendo en tres millones de hectáreas. En fin, como decía el poeta, mil caminos de mágico rubí.
La vida y el paisaje, en cualquiera de los 77 municipios misioneros, no se parece ni tiene nada que ver con la vida y el paisaje de Posadas.
Dicen que el cajón de Dorneles tiene dos agujeros de bala, pero la gente, en los pueblos, siempre dice cosas. Aunque también, hay asuntos que suelen caer en la opaca rugosidad del silencio.
–Yo ví cuando le dispararon al cajón. Eran dos policías. Yo nunca entendí porque le dispararon a un cajón.
Para llegar al cementerio, hay que agarrar ruta provincial 9, un camino actualmente asfaltado, que serpentea entre el verdor de los montes, y hacia los costados colisiona con pinares y eucaliptales de notable altura. Cuando el viento sopla, las copas de estos árboles se mecen e inundan el lugar con sus susurros. Detrás de esas viejas plantaciones, se abren las picadas que conducen a las chacras y parajes característicos de la zona.
–Y mirá…bah que pasó hace mucho. No sé, capaz que un doce años yo ya tenía. Porque me acuerdo que ya trabajaba en un aserradero.
Al caminar por los pasillos del cementerio, se observan varios nichos modestos, con cruces de madera o hierro oxidado, materiales corroídos por el tiempo, sin fotografías ni rastros de visitas. Algunas cruces fueron perdiendo su forma original, quizá por efecto de las lluvias y el sol. Ahora lucen marchitas o tiene sus extremidades amputadas. Sobre esas tumbas, ya nunca arden velas.
Otras, cuidadas y con bases de hormigón, ostentan el césped bien cortado alrededor, y dejan ver flores, cartas y ofrendas, evidenciando visitas regulares.
Es natural la presencia de bosta: mucha gente va a visitar a sus muertos a caballo.
También hay panteones similares a pequeñas viviendas, en cuyo interior descansan varios miembros de una misma familia.
–Acá frente al cementerio era un bajadón de tierra. Yo venía con mi bicicleta a tirarme. Iba hasta allaaá abajo en bajada, y después subía todito otra vez, caminando con la bici. Pura polvareda roja, parecía remolino. Y me tiraba otra vez, che. Podía estar todo el domingo así.
25 de Mayo se encuentra en el centro-este de la provincia de Misiones. La historia cuenta que en el año 1933, un brasileño llamado Alfredo Schoninger, se instaló en una choza que construyó él mismo, ganándose así el mote del “primer habitante” de la localidad.
En realidad, por lo general la historiografía oficial sobre la inmigración europea e incluso sobre la provincia de Misiones, suele invisibilizar la preexistencia de personas del pueblo originario Mbya Guarani y de las personas afrodescendientes que – en distintas etapas – llegaron desde Brasil huyendo de la esclavitud, los conflictos bélicos y otras circunstancias, asentándose temporalmente en estos territorios.
Además de Schoninger, hay apellidos como Becker, Rockenback, Carvalho, Zerbin, Pfaffenzeller e incluso Dorneles recordados como pioneros en 25 de Mayo.
Durante las décadas del treinta y parte de la siguiente, aquellas familias se mantuvieron prácticamente aisladas, debido a la ausencia de caminos y la falta de medios de transporte. Recién en 1943, los propios vecinos construyeron la ruta que uniría a 25 de Mayo con la localidad aledaña de Campo Grande. Por aquel tiempo también se construyó la primera escuela, se abrió el primer almacén y ya en 1946, se instaló el primer aserradero. La guerra quedaba atrás y cada tanto, por cartas, los alemanes de 25 de Mayo se enteraban sucintamente de que estaba pasando en su convulsionado país natal. El nazismo había sido derrotado y comenzaba la Ocupación de los aliados. “Nunca nada será igual” decían las cartas que decían los diarios.
–Del pueblo venían, un auto y una camioneta, pura polvareda y ruido de motor. Agarré mi bici y me escondí allá en el eucalipto. De ahí vi todo. El pozo ya estaba hecho, pero no entró el cajón cuando los dos policías tiraron ahí dentro. Yo conocía al hombre que hizo ese pozo para los policías. Era un brasileño, igual que el que estaba adentro del cajón.
Hoy 25 de Mayo es considerado un municipio de primera categoría, donde viven más de sesenta mil personas. Se trata de uno de los tantos poblados con cercanía al río Uruguay, donde además del castellano, se habla bastante portuñol, una mixtura lingüística entre el español y el portugués, que incluso – como todo dialecto- adquiere sus propias dinámicas según el tiempo y el espacio. “Con el espíritu de los pioneros y la potencialidad heredada” dice un nieto de alemanes, orgulloso del presente de su “25”.
Aquí, en 25 de Mayo, bien entrado el siglo XXI, la idea de progreso se cristaliza a través de la existencia de varias cooperativas, comercios, escuelas, la expansión de unidades productivas dedicadas principalmente a la ganadería, al tabaco, el té y la yerba mate.
–Después se supo que a ese tal de Dorneles le habían reventado. Fue la policía. Allá en la comisaría de 25.
El hombre que habla usa sombrero, de paja, estilo paraguayo. Su camisa debió ser originalmente amarrilla o blanco. La tierra del mandiocal y los caminos la fueron tiñendo con un tono escarlata. Sabe cosas pero dice que más saben en el pueblo. Porque para los que viven en las chacras o monte adentro, el pueblo, es otro lugar.
Deja atrás el cementerio y se aleja, fumando un cigarrito, por el mismo bajadón, ahora asfaltado, en el cual cuando niño se deslizaba en bicicleta.
* La producción de este libro contó con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes. Por consultas o pedidos directamente a su autor: @.ser.alvez