Desde los programas de chimentos de los años 90 hasta el tratamiento actual de las figuras políticas como estrellas del espectáculo, Pepe Contreras se pregunta hasta qué punto y de qué modo ha evolucionado la televisión en nuestro país. Y cómo los medios tradicionales, aún otorgando mayor espacio a la política, inciden en la ampliación de la brecha entre la ciudadanía y las estructuras de poder.

Los 90’s

La TV de los 90’s ya nos enseñaba sobre el rating del escándalo. Trifulcas interminables, entrevistades peleándose, invitades en los más variopintos y bizarros programas tratando sus conflictos (que a priori podrían revestir o no gravedad) puestos en la escena a vistas de que el consumidor tenga su buena panzada de escándalo. Un poco por fuera de entender, comprender las conflictividades y poder resolverlas. El escenario se tornaba siempre distópico, maximizaba el conflicto y buscaba una confrontación directa entre ‘bandos’. Parecía que el conflicto vendía, alguna suerte de placer excéntrico que se instalaba desde esa pantalla mantenía a la audiencia atónita mirando cuánto podía escalar tal o cual conflicto.

Así creció un modelo de TV durante muchos años. Tiempo más tarde, fue mutando al modelo ‘reality’, con esa misma dinámica de sobreexposición de los conflictos personales, sin una mirada que se detenga en los trasfondos de las personas y sus entornos, más como una necesidad permanente del chimento, de lo que sucede en la superficie, hasta el punto de encerrar personas dentro de una casa para mirar cómo se degradan sus relaciones. En paralelo vimos también los programas de concursos con prácticas degradantes que se presentaban como ‘humor’, donde primaba la burla y la cosificación de la mujer sin importar el daño, porque en la TV todo parecía ficticio como si no hubiese personas detrás.

¿Evolución?

El escenario televisivo naturalmente fue virando con el cambio de época, la decadencia del neoliberalismo y las nuevas deconstrucciones que fueron surgiendo de las luchas de los colectivos LGBTIQ+ y los feminismos. Pero también una mirada más analítica de los asuntos en general, la politización de la sociedad, fue eliminando o dejando de lado algunas de esas formas de hacer TV. Fueron apareciendo espacios para la política, para la construcción de las sociedades, espacios de filosofía, de ciencia, de arte. Parecía que habíamos llegado a una evolución, ¿o no?

Los resabios de la cultura del chimento

La política re-ingresó a la TV luego de los años de esplendor del neoliberalismo. Un poco con sus viejas prácticas, el periodismo político sigue expresando esa TV del escándalo. Tal vez esto juegue un papel vital a la hora de construir una imagen de la política ligada al chimento, es decir, otra vez esta lógica de descontextualizar los conflictos para para crear climas de pelea, llevar al piso a polítiques de dos ‘bandos’, a ver cómo pueden gritarse más fuerte.

Pero si los programas de chimentos nos querían vender peleas, ¿qué nos quieren vender algunos medios cuando nos venden la política como ‘rosca’ sin sentido?

Anda sobrevolando la idea, fácil de agarrar en el sentido común que se esparce por entre ‘la gente’, que la política no es nada más que una mera pelea superestructural y es aquí donde el objeto principal de la TV-chimento le sirve a la construcción de la despolitización.

Si el objeto último de todo lo que es político es quedarse con la ‘tajada’ o acumular una suerte de poder vacío, falto de representación, entonces la política no es otra cosa que un terreno fangoso de acumulación de poder de unas pocas élites; ‘la casta’.

Pero esta nueva versión liberal para interpretar la política niega todo vínculo genuino de construcción de modelos posibles, de agendas profundas que puedan hacer cambios beneficiosos en las sociedades. Si es realmente la política el terreno del fango, ¿cómo se realizan cambios positivos en las sociedades que les permitan ser más justas y equitativas? La respuesta liberal es: cuanta menos política, mejores sociedades. Pero esta respuesta desconoce el propio sentido básico de la política como el conjunto de las relaciones de poder entre las personas, ya no de los poderes superestructurales, sino de los que se presentan día a día, y de esa frase que popularizaron los feminismos ‘lo personal es político’. Si nadie regula las relaciones de poder, ¿quién brega por achicar las asimetrías?

La TV-chimento sigue vigente en la política para decirle al lector (televidente) que la política es una mera pelea chimentera entre figuras superestructurales, que nada tiene que ver con la construcción de sociedades justas; viene a desnaturalizar la política como herramienta de cambio y de gestión para enmarcarla en su aspecto más tosco, que es la pequeña pelea de poder en las altas esferas; y a su vez, viene a vender la idea que ella misma se encargó de generar: les polítiques están interesades solo en pelear entre sí, porque de esta manera gana la antipolítica y cuando esto sucede las relaciones de poder que son asimétricas por motivos históricos no se revierten, gana la desigualdad.

La política-chimento necesita navegar superficialmente los conflictos sin abordarlos en profundidad, necesita de un ‘live show’ de la rosca, se nutre de ella y la fomenta, la busca permanentemente. Si no existe, busca producirla. Cuando tal o cual habla, se hace hincapié más que en lo importante de lo ‘político’, en lo accesorio del chimento, para, en definitiva, desacreditar el trasfondo.

Como en la TV ‘reality’ lo importante queda por fuera, y por otro lado intenta culpar de su propio comportamiento a la misma política, intenta manchar a su paso con el fango que ella misma creó, para hacer más vistosa esa mancha negra. La visión misma que montó la TV-chimento de los cotilleos de los poderes espurios, logra dejarla depositada en la misma imagen de esos polítiques.

El periodismo político de la TV-chimento es la herramienta de hegemonía para perpetrar la idea del pueblo alejado de la política.