¿Qué hubo en la feria este año que nos volvió loques? ¿Cuáles fueron las complicaciones para libreres, editores, escritores y poetas? ¿Se puede hablar de libros, títulos o temas incluidos y excluidos en esta edición? ¿Qué es lo que buscamos cuando venimos a la feria? ¿Queremos, tal vez, recuperar la narración por sobre otras formas de comunicar la experiencia? En esta nota, les autores se mandaron con preguntas, intrigas y pasiones a recorrer los pasillos del gran predio argentino y acá nos lo cuentan, salúd.
Laberintos de libros, editoriales y trabajadores de la cultura. La palabra “pabellón” resuena desde hace décadas y en esta época del año, remite a una sola cosa: la gran feria que, una vez más, convocó a personas de todo el país a visitarla en La Rural. Una propuesta clásica y necesaria para los colegios, cita de adolescentes un sábado a la tarde, un paseo de fin de semana para las familias que buscan entretener a las infancias, ir a Plaza Italia o comprarse algo. De cualquier manera, entre los que fueron y los que no, siempre sobrevuela una queja: es un quilombo de gente. Una vez más, aparece la multitud, muchas veces protagonista de los sucesos nefastos y, muchas otras, sujeto de la historia; única capaz de torcer el rumbo de los hechos, de provocar un acontecimiento. Hoy, a cuarenta años de democracia ininterrumpida, vale la pena preguntarse si la acumulación de gente en un evento como la Feria del Libro deja un saldo positivo.
Se montan estructuras, escenarios y carpas sobre los adoquines y salones del predio, suelo de negociaciones y de traiciones. Territorio vendido. Sentidos y huellas fantasmagóricas de sucesos históricos. Sobre el mismo, laberintos de libros [que no podemos pagar], editoriales [que alquilan muy caro el stand] y trabajadores de la cultura [que sobreviven con sueldos bajísimos: el mínimo, vital, móvil de abril es de $80.342]. Sin embargo, acá estamos, un año más tratando de entrar sin comprar entrada, de hacernos de unos ejemplares en cuotas o en oferta, de participar aunque sea en el lugar más chiquitito de la feria y, sobre todo (y esto es lo que más nos interesa), buscando encontrarnos como por primera vez. ¿Por qué seguimos apostando a venir hasta acá? ¿Nos preguntamos, alguna vez, el por qué de esta fascinación por el objeto libro, por el muestrario de ejemplares, por la locura ferial que se desata durante diez días seguidos y nos invita a revisar títulos, elegir eventos y, en fin, entregarnos a visitar un espacio que no es pero debería ser nuestro?
Me animo a decir que donde haya literatura, palabra, memoria e historia —par en discusión, en búsqueda, abierto—, siempre va a ser nuestro lugar. Y, naturalmente, ahí nos van a encontrar: donde haya rosca, palabra viva, ganas de pensar y discutir. De alguna manera, la feria representa todo eso. La convivencia contradictoria de los momentos y rasgos que hacen a lo que somos. Historia de violencias en disputa, literatura marcada por una violación, cuerpos que resisten, la fe ciega en el libro, libros que hay que pagar, enemigos que se infiltran para publicar sus ensayos. Bastó con recorrer la muestra fotográfica de los cuarenta años de la democracia argentina organizada por la Fundación El Libro y por la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina para que latieran esas marcas que llevamos adentro. La cara de Néstor con un tajo en la frente y una sonrisa en la boca, hace exactamente veinte años, luego de asumir como presidente. El Diego feliz. Los asesinos y ladrones del Estado. Cristina en Casa Rosada. Todo resuena porque la historia no es lineal ni se configura en un único discurso victorioso. Se activa en las historias personales y lo personal es colectivo.
La foto está afuera
por Igor Wagner
“Me quería comprar un libro, cuestión que no me alcanza la plata” le comenta una chica de unos 20 años a su grupo de amigos que la habían estado esperando sentados en un rinconcito del Pabellón Amarillo. Diálogos similares se escuchan por los interminables pasillos de una feria de libros repleta de gente. A pesar de los elevados precios en general y el de los libros en particular no dejan de sorprender los números de expositores y visitantes que deja año tras año la Feria del Libro de Buenos Aires.
Me bajo del colectivo en Plaza Italia a las seis de la tarde, se escuchan bocinazos Llegar es me es complicado de por sí porque vivo lejos y un poco trasmano, fuera de Capital. Necesito saber donde se retiran las acreditaciones de prensa por lo que doy vueltas un rato por la entrada de Santa Fe y Sarmiento. Consigo la mía. Me cuelgo la credencial y voy en busca de algo para comer. Camino por Sarmiento con mi bolsita con dos empanadas pasando por detrás de las largas filas que esperan la salida de ese 60 que no pasa nunca. Se que unos metros más adelante hay una entrada con menos fila que sobre la principal; pero primero, una reja negra, interminable, fría, liminal. A unos metros, como quién intenta ocultarse o no, veo unas mantas y frazadas sobre el suelo muy cerca de los asientos. Con el celular saco una foto sin pensar; quizás esté movida por la prisa. Sigo.
Algunos cuantos metros más, ya dispuesto a entrar al predio con mi equipo al hombro y la cámara entre las manos, me hablan: “Perdoná que te moleste, ¿no tenés algo para darme?”, me pregunta una señora que ya venía divisando desde hacía un rato. Hablamos solo unos segundos porque yo tenía que llegar a la inauguración un rato antes de que empiece. Llegó a contarme que la esperaban sus hijos en Lugano. Entro. “¿Cómo hago mi trabajo ahora?”, me pregunto un poco desconcertado aún pensando en la señora allá afuera.
Tengo que llegar al auditorio, entrar, encontrar el mejor lugar posible, divisar a mis objetivos. Si, objetivos cual cazador. Me toca escuchar a Kohan, el invitado estrella, y a Bauer, a Avogadro, a Vaccaro. Se rumorea entre los fotógrafes que Kohan tiene un discurso preparado de más de una hora y media y que puede decir algo interesante, disruptivo. Las expectativas son altas; él tiene altura pero también carácter. Lo veo, está parado al lado mío haciendo la fila para entrar al auditorio. Destellan los flashes de otros colegas. Se lo nota un poco ansioso, incluso hasta nervioso. Lógico. También, algo en mí está perturbado. No sé qué siento, pero si entiendo que algo resuena en mi cabeza mientras me acerco al escenario de los oradores. Estoy enfocado en hacer esta cobertura, en conseguir La Foto. También voy a hacer un poco de color de la Feria, dar vuelta por los stands y palpar el clima. Quizás alguna imagen se use para ilustrar esta nota; no lo sé con certeza. Pero ahora, ya dentro del auditorio, una idea se me viene a la mente. “Estoy en el centro del territorio liberal por excelencia: la Sociedad Rural”. ¿Y afuera? Detrás del auditorio hay una reja negra que delimita el predio, esa que previamente me había llamado la atención. A pocos metros del público que va a estar escuchando a los oradores, pero del otro lado de la reja, se repiten las escenas de gente con mantas en el suelo. Liberalismo, crisis, desigualdad, reja negra, Sociedad Rural, crisis. 40 años de democracia, Sociedad Rural, situación de calle. Crisis.
Puertas adentro, los stands completamente vacíos contrastan con las largas filas en las editoriales más conocidas. Decenas de adolescentes hacen cola para sacarse fotos con sus historietistas favorites en el Pabellón Amarillo, al mismo tiempo, otros deambulan por los pasillos viendo qué oferta les llama más la atención. Puertas afuera, no podemos negar la realidad que se vive. Las consecuencias económicas de la crisis de los últimos años no solo afectan la capacidad de compra de los visitantes que recorren la Feria como espacio cultural y de esparcimiento, sino también la calidad de vida de las personas y sus posibilidades concretas de existencia. La desigualdad social que se evidencia en las inmediaciones, con personas en situación de calle que se acercan a pedir ayuda porque saben el caudal de visitantes que atrae un evento como este. Todas ellas son parte, pero del lado de afuera.
Ni el mejor retrato a Martín Kohan, a Vaccaro, o al Ministro Bauer, -o a los 3 juntos en el escenario- merece ilustrar esta crónica. Porque la foto de la Feria Internacional del Libro no es de sus pasillos o sus oradores. Sin saberlo en ese momento, la foto que iba a elegir para ilustrar mi paso como fotógrafo por la Feria, no era una foto adentro del predio.
El papel de la bibliodiversidad
por Sofía Haase
Apenas llegué a Plaza Italia, caminé a la entrada de la feria por las puertas enormes de la Av. Santa Fe. Aparentemente, este año hubo más visitas que en 2022, y lo confirmo cuando miro la larga fila que hay para entrar. Estudiantes, padres e hijos, escuelas, y más grupos de personas que se amontonan y comentan las actividades culturales preparadas para este año.
A la sombra de la crisis del papel, cada día las editoriales se ven obligadas a priorizar publicaciones en base a la materia prima disponible, que varía entre un 100% y 300% y hoy en día representa el 50% de los costos de producción. En una entrevista reciente con Télam, Martín Gremmelspacher, presidente de la Cámara Argentina del Libro (CAL), aseguró que peligra la diversidad de libros que puedan editarse para la feria, y esto está atado al oligopolio organizado por Ledesma y Celulosa.
La bibliodiversidad, o la diversidad cultural en el mundo del libro, en los últimos tres meses se vió afectada por aumentos de hasta 115% en el precio de papel bookcel, un papel ahuesado con alta opacidad que se usa para la impresión de novelas, cuentos y libros para niños, entre otras temáticas.
Según Gremmelspacher, para imprimir 2000 ejemplares de un libro de 170 páginas necesitás unas 30 resmas de bookcel. Esto es, aproximadamente, una inversión de 150 mil pesos. Gastos inalcanzables para las pequeñas y medianas editoriales que buscan dar voz y visibilidad a autores contemporáneos.
Tal vez es por eso que este año, al caminar por los pabellones, encuentro miles de carteles con ofertas de 4×3, descuentos con la tarjeta de crédito de este banco, cuotas sin interés de ese otro banco y recargo del 30% con este otro. La gran mayoría de los puestos tienen descuentos para docentes y estudiantes, e incluso algunos adelantados como la editorial Carbono los ofrecen para bookfluencers, un término nuevo para los influencers que dedican su plataforma a los libros y cumplen un rol esencial en la visibilización del mundo editorial.
En el contexto específico de la feria y la crisis, las plataformas digitales son herramientas muy útiles que nos ayudan a tomar conciencia del detrás de escena. En algunas como Tik Tok y Twitter y los bookfluencers nos dan información sobre la gran variedad de autores y editoriales nuevos, autores que muy probablemente no forman parte de la lista prioritaria de impresión. Una de las invitadas al 7° Encuentro Internacional de Bookfluencers, compuesto por 28 booktubers fue Almendra Veiga, una joven de Buenos Aires que comenzó a subir videos haciendo reseñas y recomendando lecturas durante la pandemia y que hoy tiene una plataforma sólida con más de 900 mil seguidores en Tik Tok y 172 mil en Instagram.
Mientras camino por los pabellones llenos de gente, no puedo evitar preguntarme cuáles son los criterios para seleccionar qué libros se editan y se imprimen y qué libros tendrán que esperar. Muchos de los stands aseguran que las ventas disminuyeron con respecto al 2022, y me pregunto si esto estará relacionado a las miles de ofertas y opciones de compra que se incluyen este año. El servicio editorial Kalibros, por ejemplo, tuvo su propio stand en la feria y ofreció códigos de descuentos por Tik Tok. En la cuenta oficial de la Feria del Libro, se ven videos de usuarios participando de “un libro por dos preguntas”. El juego que, como indica el nombre, consiste en responder correctamente dos preguntas y de esta forma obtener un libro elegido entre ganadores de alguna edición pasada del premio FEL de cuentos. Fue también por Tik Tok que me enteré de los vouchers que ofrecía el stand de la Ciudad de Buenos Aires para canjear por libros.
Camino los pasillos y entre las filas de libros y los comentarios susurrados sobre los altos precios veo una lucha por mantener viva la industria editorial. Una lucha que apunta a la concientización de la problemática del papel y a la búsqueda de soluciones alternativas para que ningún libro sea olvidado y ningúnx autorx se quede sin voz. La Feria del Libro siempre fue y será un evento masivo que atraviesa a una gran parte de los habitantes de Buenos Aires y alrededores, y es por eso que la creciente crisis del papel tiene que estar en boca de todos, así como podemos seguir pensando en distintas textualidades más allá de la materialidad del papel: ciclos de lectura, redes sociales, influencers que recomiendan autores, lecturas digitales, entre otras actividades que nos inviten al encuentro, el intercambio y el diálogo.
La felicidad en las pequeñas cosas, carísima
por Lucía Sabini Fraga
Tradición, curiosidad, visita escolar o alguna charla interesante: son muchos los motivos que atraen a un diverso abanico de personas a la cita anual de la Feria Internacional del Libro a 48 años de su creación. Según sus organizadores, es el evento cultural más importante del país y la feria del libro de habla española más grande del mundo.
Pero no es gratis. Tanto los y las visitantes como los stands tienen que pagar su cuota de permanencia. Lo curioso es que no se trata solo de editoriales poniendo guita por un lugar para exponer sus libros ante un público cautivo dentro del predio de la Rural, sino también los puestos de las provincias argentinas –al igual que gremios, organizaciones sin fines de lucro, radios, clubes deportivos, etc.– las que deben hacerlo. Ese monto difiere según el espacio que ocupan, si es una esquina, si está cerca de los baños, cada detalle cuenta. De hecho, no hay ninguna relación entre el tamaño de la provincia, su extensión, población o cantidad de escritores o autores que tenga para exhibir, con el de su stand. Formosa, por ejemplo, es la primera provincia que aparece ante los ojos de cualquier visitante. Tiene doble entrada, un despliegue fenomenal, carteles y, el último día de la feria, hasta un número musical en vivo con una señora que imitaba a Marcela Morelo. “Depende cuánto pagues, qué lugar te toca”, me explica una de las trabajadoras del puesto de otra provincia del norte argentino. “Mira la Patagonia el lugar que tiene”, observa. Pero la Patagonia lo hizo bien: actuaron en bloque y metieron una esquina alargada, juntando todas sus provincias y resaltando sus semejanzas.
El precio lo pone la cantidad de visitas, los likes, la cantidad de volantes repartidos sobre los atractivos turísticos de la localidad en cuestión. La feria es un lugar de consumo: por eso pagan todos los que van, de un lado y del otro del mostrador.
La Democracia contó con varios lugares dentro de la Feria, aunque no sé bien cómo habrá sido el pago por esos lugares. En la muestra fotográfica de ARGRA, las reproducciones en tamaño baño de grandes joyas del fotoperiodismo desde el comienzo de los 80 hasta nuestros días adornaron el largo pasillo que separa la primera sección de la segunda. Un pibe pasó caminando, le dio un beso a su mano y la apoyó sobre la figura de CFK, en una de las varias fotos que la tiene como protagonista. Esa foto en particular retrata a la vicepresidenta y a Mauricio Macri -en agosto de 2012- en el acto 158° aniversario de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Ella, en ese entonces bajo el segundo mandato como presidenta de la Nación y en su mejor momento de imágen positiva, con las piernas cruzadas y su brazo derecho apoyado en el respaldo de la silla que los separa, ojea con cierta sorna -pero con una implacable tranquilidad- al entonces jefe de gobierno de CABA. Mauricio Macri mira absorto hacia adelante, incómodo, nervioso, casi en un gesto caprichoso.
Ese pibe debe ser otro de los que esperaba un milagro el 25 de mayo. “No voy a entrar en el juego perverso que nos imponen con fachada democrática” dice Cristina en una carta a la ciudadanía, publicada al día siguiente de terminada la feria del libro.
Hablando de fachada: después de la muestra fotográfica, otro pasillo descubierto se abre a cielo abierto. De un lado, el predio principal con sus gradas y su pista central para la exposición de ganado; del otro, una pared de cemento lleva una chapa tallada con una leyenda que dice “Mensaje para futuras generaciones 2010-2110”. La pared está vacía.
Hablando de democracia: sin querer, sin recordar su existencia, me topé con el pabellón «José Alfredo Martínez de hoz”, un homenaje al ex presidente de la Rural durante el mandato 1946-50 (estanciero argentino, “esclavista y saqueador de tierras indígenas” el decir del escritor Guillermo Saccomanno en su discurso del 2022 en la apertura de esta misma Feria). Y como si fuera poco, padre del ex ministro de Economía de prácticamente toda la última dictadura cívico militar (1976-1981) y figura clave del llamado proceso de reorganización nacional. Se trata del pabellón de los equinos, y esta ala -ubicada a la derecha, con cierta lógica- albergó históricamente a las razas más exclusivas. El ala izquierda, es para los caballos criollos y lleva el nombre de un político radical, veterinario y profesor universitario, amante de los caballos, oriundo de la localidad de Ayacucho. Curiosa democracia esta que reivindica a sus verdugos.
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“Hay más o menos la misma gente pero menos ventas que el año pasado” me dijo un vendedor de una de las editoriales más convocantes de la Feria. Conclusión: más paseo, menos compras. En otro puesto, una mujer preguntó por los títulos de Macedonio Fernández, aduciendo que esa editorial era la única que editó varios de sus escritos. Macedonio es un autor de culto, pero también un raro, tan raro (y a su vez tan de culto) que sus títulos no venden y por lo tanto, no se editan. Es por la ley de oferta y demanda, también conocida como ley de oferta impuesta por el dueño del negocio para imponer cierta demanda. “El que pregunta por Macedonio es un ñoño”, rió la mujer. Yo compartí la apreciación y el vendedor demostró su conocimiento con más datos de color: el escritor fue candidato a presidente en algún momento de nuestra historia. Googleando, completo el dato: fue en 1920, aunque su campaña fuera en cierto tono burlón. Su propuesta, volcada en una novela, era crear el caos con lápices de doble punta en los bolsillos.
Más allá de la obra del mayor inspirador de José Luis Borges, otros son los tópicos que circulan. Varios puestos dedicados a la astrología o al esoterismo, muchos títulos dedicados a la autoayuda. Tus tres súper poderes comparte tabla con Triunfo, una guía para alcanzar la plenitud y Una inspiración para cada día. Miro los precios: Naciste para disfrutar sale $11.900, La felicidad en las pequeñas cosas, $10.140. Parece muy redituable esto de ayudar a otros a encontrar la paz mental, porque los precios que ostentan son claramente más elevados que el promedio de novelas o de un ensayo de filosofía. Me pregunto cuánta gente compra este tipo de materiales, o si aumentó su consumo, su demanda. A juzgar por la cantidad y diversidad de títulos, tiendo a pensar que sí. Que más de uno busca soluciones mágicas a problemas complejos, que no son pocos quienes anhelan encontrar recetas para la felicidad como si fuera la de una carne al horno con papas. O que nos hicieron creer que por ahí era la cosa y muchos lo terminaron creyendo. La felicidad y la democracia tienen algo en común: no hay botón de “reparar” ni camino corto, no hay frase bonita ni medida aislada que salve. Los dos tienen más de verbo que de sustantivo; más de construcción, que de material de consumo. Y los libros, ¿a que se parecen más? ¿A la reflexión o a la falsa promesa de bienestar? ¿A la democracia o a la tiranía del consumo? ¿Pueden los libros ser acaso todo eso al mismo tiempo? En un lugar como la Feria del Libro, sí.
En un lugar impropio
Martín Kohan se preguntó en su discurso inaugural qué relación se establecía entre La Feria -el acontecimiento del año- y el resto del año. Algunas de las propuestas llevadas fueron la muestra de un trabajo que realiza día a día y que, tal vez, se visibiliza y se pone en diálogo con otras propuestas solo durante los días de abril. Lo cierto es que, como dijo algún profe alguna vez, para dedicarse a la literatura hay que estar enfermo y la enfermedad es algo que se contagia. A la literatura y, tal vez, a la cultura en general. Eso que nos desvela, nos invita a seguir pensando nuevas formas: de comunicación, de narración de los procesos, de elaboración de la experiencia, allí donde otros discursos y disciplinas se quedan mudos. El evento oficial, internacional, invita a escritores y pensadores de varias partes del mundo; pero también reúne a poetas, libreres, editores y escritores de acá: les que escriben con lo que hay, les que arman espacios de trinchera con una máquina de escribir, les que comen poesía y llevan poesía a todos lados a compartir con otres, les que buscan la profesionalización de las distintas formas de la producción artística. Kohan nos dejaba con una reflexión que bien podríamos transformarla en consigna: si la feria ocurre en un lugar impropio, ¿el propio cuál sería? En el sillón, en los sótanos, en las terrazas, en los bondis, en la plaza. En fin, en todas partes.
*La edición general de este informe colaborativo y coral estuvo a cargo de Florencia D´Antonio y el equipo de edición de Tierra Roja. Los textos interiores son de Sofía Haase, Igor Wagner y Lucía Sabini. Los textos introductorios y finales son de Florencia D´Antonio. Todas las fotos son de Igor Wagner (excepto la del muro con el cartel que dice “Mensaje Para Futuras Generaciones”, que es de LS).