“Hay que dejar de adorar lo macho” escribió alguna vez Camila Sosa Villada. Pero, ¿cómo salir de ese afecto/efecto mitológico y construir una posición crítica frente a la masculinidad? ¿En qué medida podemos tensionar la tecnología del sexo llamado “fuerte”? ¿Cómo estas tecnologías posibilitarían otros porvenires más emparentados a la emancipación, frente a la violencia? ¿Cómo pensar una masculinidad mucho más vital?
Me interesa hablar de la masculinidad. De eso que hace “hombres” a los más “hombres” de esta tierra. Los hombres también se hacen, se desarrollan, se subjetivan en este plano y dentro de este mundo. Todos tenemos un amigo hombre, viven entre nosotros, nos enamoramos de ellos, nos erotizan, nos desean y nos matan. Se movilizan como soberanos de todo lo vivo. Podrían parecer preguntas superficiales, pero: ¿qué es un hombre? y ¿por qué los amamos tanto? Hay en estos existenciarios un componente violento en su constitución, una toma de poder a primera vista natural y divina. Los hombres nos gobiernan dentro de un capitalismo salvaje y silencioso, con costos altísimos para ellos y para nosotres. Gobiernan en la carne, en el afecto suspendido de un gesto; en nombre del amor y, claro, en nombre de la familia.
Son lógicamente heterosexuales, conquistadores, dominantes. No importa con quienes se acuestan, ese no es el punto, son heterosexuales desde su posición privilegiada en el mundo y en los discursos. Toman la palabra en las reuniones, son libres de expresar cómo ven a las otredades, cómo son las cosas, cuáles son las maneras adecuadas y tienen la capacidad de decir por mi, sobre lo que a mi me toca sentir o hacer. Inclusive cómo pensar la vida o la política, que para el caso es lo mismo. Son los varones “Adgénero”, que no tienen problemas con la genitalidad que se les asignó al nacer. ¿En verdad no tienen problemas con ello?.
Adgénero es un concepto elaborado por Marlene Wayar. En sus palabras, en Furia travesti, diccionario de la t a la t, publicado por Paidós en 2022, “para definir las experiencias corporales de hombres y mujeres con su correlatividad sexogenérica y de deseo, expresión sexogenérica en términos hetero y homo. Me desprendo del extendido término “cis”, es decir, “de este lado”, por considerarlo incorrecto, y empleo el “ad” de proximidad, entendiendo que la propuesta hegémonica es binaria y, por lo tanto, hombres y mujeres heterosexuales, gays o lesbianas estarían adoptando formas hegemónicas pero no por ello están inmersas por completo en un lado en particular”.
¿Cuáles son los aparatos de verificación de la masculinidad heterosexual y en qué medida este proceso dialoga con la violencia estructural? Podemos pensar la masculinidad y la feminidad como articulación de discursos y representaciones sociales que permiten ver si un enunciado es verdadero o falso, dentro de un aparato de verificación científica. Esto es parte, como dice Preciado, de la compleja situación en la que los movimientos políticos feministas y homosexuales nos encontramos constantemente. Resistiendo, desarticulando lenguajes que se presentan como verdad, como un discurso único e indiscutible.
Un ejemplo reciente, representativo de esta posición de privilegio, es la de un dirigente social, blanco, «hombre», de la “política”, que hace utilización del espacio público para dar cuenta de sus opiniones en relación a la utilización del lenguaje inclusivo. Dice en sus redes sociales:
«En mi barrio hay pibes de 6to que no saben leer ni escribir. Acá nos importa un rabanito sus discusiones exclusivas. Esas polémicas de élite generan «antipolítica». Discutan cómo alfabetizar y reducir la deserción escolar, cómo arreglar las escuelas y mejorar la educación«.
No estoy analizando en particular sus dichos en relación a este tema pero sí el ejercicio de poder en tanto que dictamina qué temas son importantes tratar a nivel social, político e inclusive dentro de un programa de gobierno, ¿Qué lugar le da este varón a cuestiones que tienen que ver con la vida de las personas no heteronormadas?
Un hombre nos explica el mundo y esto es parte del problema de la renaturalización de esa masculinidad dominante. Para estos varones dominar la escena, dirigir un grupo, ser referencia es algo cotidiano. Pensar la heterosexualidad como un régimen político es necesario en la medida de poder producir un lugar posible para otros cuerpos, otras maneras de vincularnos, otras maneras de encarnar otras masculinidades, otras formas de habitar lo social, lo histórico y lo político.
Como dice Monique Witting vivir en sociedad es vivir en heterosexualidad. El contrato social y el contrato de heterosexualidad son dos nociones que se superponen. Entonces no es para nada ingenuo que un varón dictamine de qué manera tenemos que hablar o cuáles son las mejores palabras para nombrarnos.
El sistema de sexo-género es un sistema de escritura. El cuerpo es un texto socialmente construido, un archivo orgánico de la historia de la humanidad como historia de la producción-reproducción sexual, en la que ciertos códigos se naturalizan, otros quedan elípticos y otros son sistemáticamente eliminados o tachados. Frente a la nominación provocativas aparece la resistencia heterosexual como modo de aleccionamiento moral.
Un análisis crítico de la diferencia de género y sexo, producto del contrato sexual y social heterocentrado establece la masculinidad y la feminidad como verdades biológicas. El género no es únicamente performativo, el género es ante todo prostético, se da y se produce en la materialidad de los cuerpos. Es construido y, al mismo tiempo, enteramente orgánico, una tecnología sofisticada de la experiencia vital de cada cuerpo.
Desde Monique Witting podemos sostener que la heterosexualidad es una invención del siglo XIX, no sólo como régimen político sino como un aparato de normalización constante de la subjetividad. Fueron los feminismos los primeros en analizar críticamente la relación entre tecnología y reproducción sexual.
Podemos pensar la masculinidad como un organon, término proveniente de la lógica aristotélica, como una tecnología textual de codificación-descodificación. El organon es un aparato o un dispositivo que facilita una actividad en particular, de la misma manera que el martillo viene a prolongar la mano o el telescopio. En esta línea es que podemos pensar el género, y en particular la masculinidad, como una prótesis. Una máscara, una posición dolosa de dominación que se perpetúa.
Pensar otras masculinidades, habitarlas y potenciarlas, se enmarca en movimientos críticos frente a los aparatos de verificación tradicionales de subjetivación. Los procesos de subjetivación se encuentran en una profunda crisis en donde la masculinidad y la feminidad están en constante mutación. Es imposible hoy seguir reproduciendo una lógica heterocentrada, donde se espera de los más hombres la gobernabilidad de lo público, de la palabra y de los recursos. Es urgente que dejemos de pensar las feminidadades desde un lugar pasivisante, infantil y recluido al ámbito doméstico de los cuidados.
La categoría “hombre” o “mujer” no se deben considerar categorías naturales o posiciones estancas, estamos frente a una mutación que nos posibilita pensar otras maneras de ser y de hacer lazos con otres.
Es urgente una revisión de la masculinidad heterosexual, la posibilidad de ofrecer otras imágenes. Tal vez un primer paso sea que estos hombres empiecen por escucharnos, se enteren que tenemos nuestras propias palabras, marcas y apuestas. Tal vez sea momento de otros gestos, otros silencios. La violencia para nuestros cuerpos y las mal llamadas subjetividades disidentes no son una posición performativa frente a la vida, es nuestra vida y sus marcas de violencias en el cuero.
Nuestra superficie sensible no soporta, ni debería soportar, el cafisheo de esas marcas, de nuestras consignas, de nuestros sentidos que se producen desde un Estado-Nación o desde la micropolítica de la vida cotidiana. Ese sutil extractivismo no hace que el mundo sea más vivible para nosotres, tampoco nos garantiza la dignidad de nacer y crear desde el fracaso.
La masculinidad heterosexual naturalizada y mitologizada, se vuelve un obstáculo. Si pensamos la masculinidad como una tecnología, una prótesis que permite el ejercicio de un poder privilegiado en detrimento de otros existenciarios, es posible arribar a otras maneras de habitar esas masculinidades. Tal vez el ejercicio más importante es la circulación de otros discursos, otras experiencias, otras maneras de potenciar y multiplicar el ser humano.
No puedo evitar la sensación pesimista frente a esa posición masculina de tanta rigidez. Conozco a los hombres, suelo ser uno a veces.
Foto: Boriss