El siguiente texto de Lucas Ortiz hace mención a diferentes experiencias de coproducción colectiva de conocimiento político, es decir, a aquellas que reunieron a investigadores/as y militantes con el fin de hacer una experiencia conjunta que permita la transformación del presente. Forma parte de la publicación «2001. 20 años» del Instituto Generosa Frattasi, de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP). Para acceder a la publicación completa hacé click acá.
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Se suele oponer el saber práctico al saber teórico. Pero esta dicotomía resulta falsa o al menos estéril si el saber práctico es considerado de otro modo: no como un tipo de saber desprovisto del examen de su propio quehacer o de cualquier desarrollo teórico. Sino que deberíamos considerar al saber práctico como un saber que produce su propia teoría pero con vistas no solo a identificar problemas, sino a resolverlos. Así, la diferencia entre uno y el otro no está enmarcada por la presencia o ausencia de ideas, sino por la finalidad de esas ideas, por el qué hacemos con esas ideas en relación a determinados problemas que se nos presentan.
Algo de esto pareciera haber acontecido en el seno de cualquier grupo formado con vistas a un fin. Queremos decir de un modo quizás un tanto unilateral que toda praxis conlleva a su vez un desarrollo epistemológico. Saber-conocer-hacer, solo aparecen como átomos en la abstracción del pensamiento que pretende ver en cada uno de los eslabones un absoluto sin cuerpo.
Pensar que un conjunto de saberes emerge de una praxis concreta pareciera ser el punto de partida de toda una tradición de investigadores e investigadoras que se han abocado a intentar comprender y cartografiar las epistemologías propias que emergieron de las diferentes praxis de los diferentes sujetos en lucha: sectores obreros, indígenas, campesinos, piqueteros, trabajadores, etc.
¿Por qué llevar a cabo dicha tarea? Y acá parece salir a nuestro encuentro el otro supuesto. Porque las diferentes luchas anticapitalistas, anticoloniales, antineoliberales, antipatriarcales, conllevan la formación de un saber, de una cultura, de estrategias de resistencia, de estrategias afectivas, modos de organización y modos de intervención o construcción de poder popular que muchas veces caen en el olvido o que no logran florecer más allá de la situación concreta y particular que le dio vida. Enlazar saberes es también la posibilidad de trazar diálogos inter-generacionales por un lado y transversales a la propia contemporaneidad por el otro. Pero no solo esto, trabajar junto al otro, constituir una grupalidad también quizás traiga la posibilidad de algo nuevo. Por eso no se trata solo de cartografiar el presente sino de intentar crear un espacio para la novedad.
Por este lado del mundo, contamos con una experiencia concreta que puede ejemplificar las abstracciones esbozadas más arriba. Nos referimos al Colectivo Situaciones formado a fines de los 90 y principios del 2000. Este grupo surgió con la intención de dialogar y construir desarrollos teórico-militantes junto a diversas experiencias que surgieron en la Ciudad de Buenos Aires, pero también en la zona sur del conurbano bonaerense.
¿Cuáles son las formas concretas de intervención que se han tornado nuevamente cruciales? ¿Cómo es que se construye el contrapoder? Son interrogantes esbozados por el Colectivo Situaciones en el 2003 en un texto denominado Sobre el militante investigador. El material para encontrar una orientación en el desierto pareciera estar dado por aquellos actos de resistencia invisibles al poder, tal como los nombraba James Scott. El servilismo y la subordinación siempre tienen una contracara que se forma en silencio y lejos de la mirada del amo: el código de resistencia. “Si el pueblo no se mueve la filosofía no piensa” decía León Rozitchner; en la misma línea podemos decir: existe la investigación militante (IM) porque a pesar de todo hay resistencias.
¿Con qué objetivos se construye la IM? Con el de desarrollar una labor teórico-práctica orientada a la coproducción de saberes y modos de sociabilidad a partir de saberes subalternos, o dicho de otro modo dar luz a partir de condiciones colectivas un saber útil a las luchas. Al plantear los objetivos de este modo la IM se separa de figuras como el militante político, el investigador académico y el militante ONG.
La diferencia que se establece en primer lugar con el investigador académico (IA) es que la IM no cuenta con un objeto predefinido. Se mueve en la aparente paradoja de investigar algo y carecer de objeto de investigación. El IA constituye un objeto a priori. Esto tiene como consecuencia (1) el ponerse como externo a la acción que se observa. Dotando a los protagonistas de dicha acción, de una intención, valores y objetivos. Conlleva esto además (2) a que el investigador esté por fuera de aquello que investiga, de este modo permanece como espectador impoluto de la acción: el investigador es, por lo tanto, aquel que no se investiga.
Pero no solo el que investiga queda por fuera de la crítica, sino que el IA no logra ver que su investigación consiste en adecuar sus categorías provenientes de su situación de investigación a los interrogantes que se le presenta. El IA, de esta forma, otorga sentidos, valores, intereses, filiaciones, causas, influencias, etc. De este modo el IA es ciego frente a sus recursos pero también a su propia subjetividad. Esto lo transformaría en una máquina de juzgar los valores disponibles. Así, no crea experiencias, sino que las separa y evalúa.
En segundo lugar, el militante político es también puesto, junto con el investigador académico, del lado de “las prácticas con objeto”. Por lo tanto, es un modo de la instrumentalidad, es decir, que la vinculación con otras experiencias está enmarcada dentro de “un acuerdo estratégico” dejando de lado los elementos tales como el encuentro, la afinidad, y la autenticidad. Es decir, que el militante político no toma la experiencia como tal, sino que le interesa otra cosa. La militancia política caería en los mismos lugares que la IA, dado que también sería exterior y objetualizante.
Por último, el humanista solidario constituye otro tipo de “práctica objetualizante” al partir de una premisa progresiva/desarrollista: el mundo ha alcanzado un alto nivel de desarrollo, eso podemos verlo con facilidad en “países modelo”, de ahí que la única praxis posible sea dedicar un esfuerzo a zonas excepcionales del mundo. No es “el todo” el problema sino pequeñas regiones excepcionales.
De este modo uno de los desafíos práctico-teóricos de la IM es cómo dar lugar a una investigación sin objeto. Condición de esta posibilidad es el trabajo que el colectivo realiza sobre sí “es decir, no puede existir sin investigarse seriamente a sí mismo, sin modificarse, sin reconfigurarse en las experiencias de las que toma parte, sin revisar los ideales y valores que sostiene, sin criticar permanentemente sus ideas y lecturas, en fin, sin desarrollar prácticas tanto hacia todas las direcciones posibles.”
Esta necesidad funciona como un reaseguro ético: no solo se trata de evitar toda inclinación objetualizante, sino también en el nivel de lo subjetivo eliminar los elementos que provoquen esta inclinación. La producción de otros valores, de otros lazos, de otra afectividad implica la producción de otra subjetividad, y eso solo tal vez se alcance con un desplazamiento subjetivo. Otro punto no menos importante es de los afectos que circulan en la labor de la IM. Los lazos que se constituyen en el proceso de investigación se encuentran atravesados por los sentimientos de amor o amistad. En el sentido de que el proceso transforma lo “propio” en “común”, de que es algo que toma y constituye grupalidad. Se trata de evitar la instrumentalización del otro tal como se criticaba en el investigador académico, en el militante político o humanista. Lo que se busca es la posibilidad de apertura de las individualidades a una experiencia de la cual no sea posible salir indemne. Se trata de participar y vivir la experiencia de grupalidad y no de padecer a los otros individuos. El amor y la amistad son afectos que tienen la potencia de reconfigurar a los sujetos que participan en ellas. No se trata tanto de articular, como de componer. No se trata tanto de agrandar la cantidad de individuos, como de la intensidad de lazo que los une. La composición afectiva determinará un modo de rehacer a los sujetos. La invitación es a organizar un devenir común, a dar lugar a un tipo de composición que afecte el modo en que lo inmanente se conecta para de este modo participar de nuevas experiencias
Para quien quiera adentrarse en la investigación militante o la co-producción de conocimiento, la experiencia del Colectivo Situaciones resulta ineludible. Sin embargo, esta no fue la primera vez que se dio lugar a una experiencia de este tipo cómo hemos anticipado más arriba. Fernando Stratta y Francisco Longa, en “Ese claro objeto del deseo”, señalan que existen dos grandes escuelas en torno a la articulación entre investigación y militancia: la escuela europea y la escuela latinoamericana. Dentro de la primera podemos situar a las experiencias de la Encuesta Obrera y de la Co-producción, mientras que en la segunda la Investigación Acción Participativa y como vimos más arriba la Investigación Militante del Colectivo Situaciones.
En el ya mencionado texto los autores sitúan el origen de la Encuesta Obrera en 1881 cuando la revista francesa Revue Socialiste solicitó a Marx hacer una encuesta sobre el proletariado francés. La novedad de Marx estuvo en utilizar la encuesta, no como una metodología neutra propia de un hombre de ciencias, sino como una herramienta que sirva a la propia clase trabajadora. Esta estrategia será reutilizada y resignificada luego durante los años 60 en Italia por un grupo de intelectuales que se reunirán bajo el nombre de los Quaderni Rossi. Este grupo que trabajó centralmente en la fábrica automotriz FIAT, se propuso analizar junto con los obreros los cambios cualitativos en el capitalismo de postguerra. Los métodos que sirvieron como una forma de vehiculizar el trabajo conjunto fueron la encuesta, la discusión y la entrevista.
Por otro lado, la Co-investigación tuvo su origen en Estados Unidos pero fue introducida en Italia a fines del siglo XX. Si bien convivió con la Encuesta Obrera se diferenció de esta ya que aplicó una metodología diferente. Mientras la Encuesta Obrera separaba el conocimiento de la intervención política, la Co-investigación planteaba combinar: conocimiento, intervención y transformación política como un proceso siempre abierto. El objetivo era diluir las fronteras entre el sujeto que investiga y el objeto investigado, teniendo por supuesto que la producción de conocimiento no es separable del proceso de producción de subjetividad. Estas experiencias fueron plasmadas en diferentes formatos, como, por ejemplo, la revista DeriveAprodi y Posse en Italia, las encuestas hechas en Alemania por el grupo Kolinko y la producción audiovisual hecha por Precarias a la Deriva en la península ibérica.
Si bien estas experiencias ofrecen aportes importantes (y los cuales serían interesantes rever en estos tiempos) para el desarrollo de las epistemologías de las luchas y, para nuevos entrecruces entre investigación y militan, no por eso dejan de tener como supuestos básicos elementos que no aparecen en la realidad latinoamericana. No decimos nada nuevo si afirmamos que hay diferencias entre el desarrollo del capitalismo tal como se da en las metrópolis europeas y los países latinoamericanos.
Teniendo en cuenta esto, es que a finales de 1960 surgió en Latinoamérica la Investigación Acción influenciada por los trabajos de Paulo Freire entre otros autores y disciplinas. Como desprendimiento de la mencionada experiencia verá la luz, la Investigación Acción Participativa (IAP). Esta última se propuso articular intervención social y conocimientos científicos con el saber-hacer de las comunidades locales. Poniendo especial énfasis en la acción que contribuya a la transformación de la realidad. Además, para la IAP la acción no surgiría como resultado de la investigación sino que, la investigación, la reflexión y la sistematización de la información ya son consideradas un tipo de acción transformadora. El proceso es ya la acción, y esta afecta la realidad. Dentro de esta corriente, quien investiga ocupa el rol de coordinador del proceso, teniendo como objetivo establecer relaciones no jerárquicas con la comunidad, para así revertir la relación sujeto/objeto, intentando conformar una reciprocidad asimétrica, es decir, la búsqueda del respeto y aprecio mutuo entre los participantes. Otra característica de la IAP, fue la postulación de que el rol del científico social debe estar dedicado a disminuir la injusticia social y ayudar a los miembros de las comunidades a ganar en autonomía sobre los aspectos importantes de sus vidas. Por eso es que el científico social Fals Borda rechazaba cualquier construcción de referencia personal o cualquier acción que utilice el trabajo de campo como un insumo para hacer carrera.
Hasta aquí solo quisimos apenas esbozar un breve acercamiento a las diferentes experiencias que aunaron investigación y militancia, de más está decir que esta breve exposición se encuentra muy lejos de agotar el tema en torno a la investigación participativa o co-producción de conocimiento. Es quizás apresurado a partir de la información extraer conclusiones. Pero esto es inevitable.
Lo que queda después de esta breve exposición, es un interrogante que quizás haya atravesado a quienes dieron inicio a las experiencias de este tipo: cómo lograr construir una experiencia novedosa en el tiempo que a uno le toca; cómo reconocer aquellos efectos que pueden orientarnos en el presente y también en el terreno de un futuro imaginado pero deseado; cómo producir una metodología que pueda dar lugar a una transformación en el nivel de los afectos y las relaciones. Y finalmente, cómo construir una experiencia grupal que ayude a ir más allá del sujeto y el objeto, más allá de los viejos debates entre intelectuales, investigadores y militantes, para constituir un nuevo modelo que sea capaz de llevar a cabo un proyecto político futuro.
Una posible respuesta a estas preguntas debería tener en cuenta que no tiene ningún sentido revivir tal como fue alguna de las experiencias arribas revisitadas. Primero porque es imposible, los tiempos ya son otros. Y segundo, porque sería no haber comprendido que una de las apuestas principales de la co-investigación es atenerse a la situación como un índice ineludible desde el cual empezar a construir. Son las propias experiencias, las estrategias disponibles, la sensibilidad desde la cual se vive la opresión las que otorgan apenas un espacio inicial desde el cual se parte. Y nosotros ¿sabemos siquiera dónde estamos pisando? ¿y con quiénes contamos para esta tarea?
Desde el Instituto Frattasi, creemos humildemente que indagar sobre las experiencias que se desprenden de la economía popular, los feminismos y prácticas territoriales comunitarias pueden ser un puntapié para responder a estos interrogantes.