Ante un mundo caótico y cada vez más complejo, pensar se vuelve una tarea más ardua. Por suerte todavía quedan quienes pacientemente- y en este caso rascándose la nariz de forma compulsiva- se atreven a reflexionar para decirnos algo de nuestro presente: con ustedes Slavoj Žižek.
En un libro que compila artículos publicados en diversos medios entre 2001 y 2019, fiel a su estilo irónico y provocador, Slavoj Žižek nos introduce en algunas de sus ideas y reflexiones acerca de la situación actual del mundo.
¿Qué buscamos en lo que consumimos? ¿Podremos realmente cambiar el mundo con la suma de nuestras acciones individuales? ¿Qué responsabilidad tiene la izquierda en los avances de los populismos de derecha? ¿Cómo pensar la democracia hoy? ¿Cuál es el límite de lo que podemos decir? ¿Tienen sentido las palabras o lo único que vale es la acción? ¿Cuáles son las nuevas formas de opresión que nos dominan? ¿Hay todavía lugar para la esperanza y las ilusiones?
Estas son algunas de las preguntas que genera la lectura de los artículos publicados en este volumen.
A poco de comenzar el libro, nos encontramos con una invitación a pensar el consumismo retomando ideas lacanianas sobre el placer y el goce. Pensar el sistema actual del capitalismo es, inevitablemente, pensarnos como consumidores. Por muy críticos que seamos de tal o cual forma del sistema, todos somos parte de él y, en la medida en que somos consumidores, lo sustentamos. Entonces, ¿qué consumimos? ¿De qué manera lo hacemos? “No compramos productos por su utilidad ni tampoco como símbolos de estatus; los compramos para obtener la experiencia que nos brindan, los consumimos para hacer que nuestra vida sea más placentera y significativa”, dice Žižek. Estamos ante una mercantilización de experiencias. “En el mercado compramos cada vez menos productos que queremos poseer y adquirimos cada vez más experiencias de vida”, continúa el filósofo.
¿Y qué con eso?, podríamos objetar.
Pienso en un ejemplo cercano. En la ciudad de Buenos Aires hace unos años que funciona un bar cuyo atractivo es el de “simular una cárcel”. Inspirado principalmente en la prisión de Alcatraz, según dicen, el lugar te vende la experiencia de tomar unos tragos tras las rejas. No se pone en duda aquí la calidad de la bebida y la comida que se consume, pero sí que, más allá de eso, lo que hace atractivo al bar es un claro ejemplo de esa mercantilización de experiencias. Una suerte de “Vení y vas a tener la experiencia de estar en una prisión, pero tomando tragos y divirtiéndote con tus amigos.” Tenemos claro que no vamos a una cárcel – cualquiera que haya entrado a una sabrá que no es precisamente una experiencia recreativa -, pero a la vez simulamos el estar ahí, y compramos la experiencia completa. Es un juego del “como si” pero quitando lo esencial de lo que la experiencia significaría. Porque si realmente nos invitaran a una prisión, imagino que nadie iría de tan buen talante. Es, como dice Žižek en otras ocasiones con otro sentido, el ofrecimiento de un producto sin sus características esenciales: café sin cafeína, cerveza sin alcohol, chocolate sí, pero sin grasa.
Pero no son solo productos los que consumimos así. En este juego del “como si” entran variadas experiencias mercantilizadas que no podríamos analizar exhaustivamente en este momento: una invitación a dormir en un antiguo vagón de tren en un campo de la llanura pampeana; una propuesta para visitar La Toscana a tan solo 20 minutos de la ciudad; sentarse en un café que nos hace sentir como si estuviéramos en París; sumergirnos en las obras de un pintor que murió pobre y ahora venden hasta medias con sus pinturas.
Siguiendo con esta temática, Žižek nos da el ejemplo de la conocida tienda de café Starbucks. Esta logró aumentar los precios de sus productos sin bajas en el número de clientes por la simple razón de que añadió “plusvalía cultural”: al comprar un café allí no solo compraremos café, también estaremos contribuyendo al Comercio Justo y al bienestar ambiental. Así es como nuestra cuota de contribución al mundo quedará saldada, nuestra conciencia tranquila, y el consumismo activo. Algo similar a lo que sucede con lo que el filósofo denomina la “ideología ecológica dominante”, en la que se ha pasado de un simple cuidado por el ambiente a un nuevo estilo de vida saludable y sustentable en el que consumimos ciertos productos porque nos hacen sentir que hacemos algo significativo para mejorar el mundo, que pertenecemos a un gran proyecto colectivo. De nuevo, nos encontramos ante la confrontación con nosotros mismos en ideas y prácticas que consideramos más o menos indiscutibles. Žižek no dice que no debemos cuidar el medio ambiente. Lo que pone en cuestión es el hecho de que la práctica de la ecología en sí misma se mercantilice; que la responsabilidad se ponga en los consumidores individuales que no están haciendo lo suficiente por el medio ambiente, mientras se ignoran las responsabilidades globales que tiene toda nuestra civilización industrial y el papel de las grandes corporaciones que producen daño ambiental. Por otra parte, invita a repensar el fenómeno de la ecología como un “nuevo opio del pueblo”, que instala sobre nosotros una autoridad incuestionable.
En definitiva, las lógicas de la mercantilización y la ideología se inmiscuyen hasta en las acciones más altruistas como la de cuidar el medio ambiente.
En esta línea, otro de los artículos que forman parte del libro nos propone pensar cómo a partir de los ‘70, un nuevo capitalismo se apropió de la retórica del mayo del ‘68 que pregonaba una crítica a las jerarquías y a la falta de autenticidad de la sociedad de masas. Este nuevo capitalismo se presentó como una rebelión libertaria contra las organizaciones sociales opresivas del viejo capitalismo, llegando hasta el día de hoy, donde lo podemos ver encarnado en personajes “cool” vestidos con sencillez, como Bill Gates o Steve Jobs, o en los más “progresistas” como Mark Zuckerberg o Elon Musk.
La lucha contra la opresión transmutó en nuevas opresiones, más sutiles, cuyo dominio es mucho más fuerte porque es menos visible, porque triunfó al imponerse como única manera de organizar el mundo. Ya en otras ocasiones, el pensador esloveno ha manifestado, respecto a esto, que hoy en día es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
De ahí que nos advierta también, recordando el famoso dicho de Lacan a los estudiantes que manifestaban en el Mayo Francés: “Como revolucionarios, son histéricos que exigen un nuevo amo. Y lo van a tener.” Sentencia que nos recuerda aquella de Nietzsche sobre la muerte de Dios y el lugar vacío que deja. Exigiremos un nuevo amo, exigiremos un nuevo dios, y es por eso que tenemos que estar alertas a lo que, en nuestros días, funcione como tal. Gran parte de ese nuevo amo está en esas formas sutiles del nuevo capitalismo, pero también en la ideología ecológica o en algunos sistemas políticos.
Entonces, ¿qué con la política?
En varios de los artículos aquí publicados, Žižek invita a la reflexión sobre diferentes escenarios políticos mundiales. Desde los Estados Unidos post 11-S y su política internacional, hasta los problemas actuales en los que la Unión Europea se debate entre populistas de derechas y liberales de izquierda, se ponen en cuestión asuntos como la política “democratizadora” de Norteamérica, la desaparición del marxismo chino, la izquierda castrense de Cuba, el problema del racismo y la inmigración en Europa, los desafíos actuales de la democracia, y el avance del fascismo, entre otros.
En el abordaje de estos problemas, el autor invita a cuestionarnos, por ejemplo, qué sucede con la democracia entendida como voluntad de la mayoría cuando esa voluntad viola libertades y derechos básicos. Pregunta que no conlleva despreciar las elecciones democráticas ni invalidar el sistema, pero sí señalar que no son de por sí un indicativo de la “Verdad”. De cara a las próximas elecciones presidenciales en nuestro país, podríamos ponernos en alerta y ver si las propuestas de algunos candidatos no van en contra de la dignidad y los derechos humanos.
Asimismo, se plantea el problema del miedo a los otros, por un lado, respecto a la inmigración, que transforma en tóxico al vecino extranjero como tal; pero también respecto a ciertos planteos liberales progresistas en los que el que haga algo distinto a lo que yo pienso que debe hacerse, debe ser condenado. En cualquiera de estos ámbitos, el Otro será alguien aceptable, siempre que no sea intrusivo, siempre que, en definitiva, no sea Otro, sino que sea lo que yo quiero que sea.
Teniendo en cuenta estos problemas en sociedades democráticas, podríamos preguntarnos lo mismo que plantea Žižek: “¿de qué manera transformamos las coordenadas básicas de nuestra vida social, desde nuestra economía hasta nuestra cultura, de modo que la democracia como toma de decisiones libre y colectiva se vuelva algo real, y no solo un ritual de legitimación de decisiones tomadas en otra parte?”
Finalmente, entre todas estas cuestiones, vemos, a lo largo del libro, cómo Žižek ha mantenido en todos estos años algunos ejes centrales de los que quisiera mencionar dos: la lucha contra la llamada “corrección política” y la reflexión autocrítica alejada de lo ideológico.
De forma un tanto provocativa, mientras critica a la izquierda cubana, sostiene que todavía no está listo para vivir su vida “de modo tal que no decepcione los sueños de los izquierdistas occidentales”; al tiempo que señala el avance de los populismos de derecha como algo a evitar, cuestiona el hecho de demonizar – con el miedo como motivación única -, a una figura, señalándola acríticamente como amenaza fascista, cancelando toda duda y reserva al respecto porque cualquier reparo es considerado de inmediato como colaboración secreta con el fascismo; se muestra crítico de Trump, pero sostiene que la izquierda debería aprender de él y realizar actos radicales cuando una situación lo exija.
A través de estas páginas, el pensador nos invita, en sus palabras, a renovar la autocrítica y enfrentar los dilemas y antagonismos que atraviesan nuestras sociedades y están en la raíz de nuestras crisis, en lugar de ocultarlos bajo ciertas figuras en las que proyectamos todos nuestros miedos y/o deseos, ya sea en el consumismo o en la política. Con su tono irónico, crítico y pesimista, aun así hace un llamado a cuestionar a quienes miran la realidad únicamente desde un cinismo apático y a pensar en signos de esperanza en estos tiempos oscuros: “Lo que los cínicos no perciben es su propia ingenuidad, la ingenuidad de su sabiduría cínica que ignora el poder de las ilusiones.”
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