¿Vivimos un boom de la imagen o un apocalipsis visual por saturación? Las imágenes nos rodean, nos acorralan, cobran vida propia, nos observan. Pero ¿qué vemos, cuando solo vemos? Y ¿qué va a pasar con el diseño gráfico o el arte plástico cuando los robots se encarguen de satisfacer nuestras pretensiones estéticas? Apuntes para un mapa en construcción: ¿a dónde conducen las autopistas algorítmicas de los circuitos visuales?

 

Visionautas de la ojopista: post-imagen y codificación

El prefijo post se refiere a algo que está más allá. En este caso, podemos pensar ese más allá como nuevas formas de creación y circulación de imágenes: nuevos regímenes de visualidad. Somos participantes de una serie de fenómenos en el interior de la Sociedad del conocimiento: una iconosfera en expansión exponencial empujada por el desarrollo y la masificación de las redes en la Web 2.0; un trazado de autopistas algorítmicas conducen a la imagen viral; nuevas herramientas que vuelven popular la creación de imágenes; dispositivos que expanden los horizontes audiovisuales; transmedialidad.

Son tantas las imágenes y tan diversos sus formatos y sentidos, que nace una sospecha: quizás ellas también nos observan. Es una corazonada basada en una característica de la post-imagen: la codificación. La codificación se produce cuando las imágenes dejan de referirse a los objetos que están en ellas representados y estos se ponen al servicio de la comunicación de un código. Lo representado existe en la imagen como vehículo para la transmisión de una programación, un mensaje más allá de la imagen, boleto de viaje en las cadenas de montaje de la viralidad. El ojo ya no ve aquellas imágenes, lo que ahora ve es el código. Las imágenes pasan frente a nuestra mirada a alta velocidad y solo rescatamos sus rastros de luz.

De los grandes relatos a la codificación atómica: modernidad y multiperspectividad

Quizás algo tenga que ver que la modernidad haya fracasado al haber dejado que la totalidad de la vida se fragmente en especialidades independientes. Al menos es lo que sostiene Jean-François Lyotard en su libro La postmodernidad (explicada para niños). Especialidades abandonadas a la competencia de expertes, mientras el individuo vive el sentido ”elevado” y la “forma desestructurada”, pero no como una liberación, sino en el modo de un inmenso tedio: a los costados de las autopistas de imágenes aflora la seguridad de la soledad, el vacío del desamor; la ansiedad.

¿Serán efectos de la Sociedad burocrática de consumo controlado de la que habla Donald Lowe? Esta categoría fue acuñada en su libro Historia de la percepción burguesa. El siglo XX trae consigo un cambio paradigmático en la percepción del mundo. Se abandona la linealidad y se da lugar a la multiperspectividad. Sobre una cultura tipográfica de masificación de la palabra escrita, fundada por la imprenta de Gutemberg, se superpone una cultura electrónica de masificación de la imagen, inaugurada por el nacimiento de las telecomunicaciones y nuevas tecnologías de representación. El cine y la TV por cable, sus grandes hitos. Desde el papel a las pantallas pasaron cosas.

Esta nueva cultura tiene tres características:

  • La aparición del ‘estudio semiótico de los signos’: una nueva rama del conocimiento que permitió investigar cómo están creados los signos, las imágenes. Nace el mundo de las “marcas”; 
  • La ‘espacio-temporalidad del filme’: una combinación de la imagen en movimiento y el sonido en el cine y la TV que sumergen a les espectadores en un espacio-tiempo autónomo iluminado en la pantalla, un verdadero rapto
  • La ‘metacomunicación de la imagen’: contenidos de épocas anteriores empiezan a ser reutilizados y adquieren un significado extra-dimensional: la semilla que dará nacimiento a los memes. 

La imagen publicitaria es una convergencia de estas tres características: ubicua y masiva, involucra la producción audiovisual que se inserta en la realidad cotidiana, se vuelven parte de nuestro ambiente, y consigue el poder de provocar seudo-acontecimientos a partir de un hecho real. Se invierte la relación imagen-realidad. La imagen se remite a sí misma. La publicidad se vuelve acontecimiento. Así, la imagen adquiere la capacidad de definir la realidad.

Esa capacidad de definir realidades, surge de una grieta: la crisis de los grandes relatos, notada por el mismo Lyotard en La condición postmoderna. Es una herencia positivista, un efecto del progreso de las ciencias en conflicto con los relatos, que nos revela muchos de ellos como fábulas. La lucha con Dios, el superhombre, los humanos demasiado humanos de Nietzsche. Una crisis de la filosofía metafísica. La función narrativa pierde a sus realizadores: el gran héroe, los grandes peligros, los grandes periplos y el gran propósito. Se dispersan en nubes de elementos atomizados. Cada persona vive en la encrucijada de muchas de esas nubes, estructuras inestables en la que se revaloriza la pragmática, el aquí y ahora. La búsqueda de la eficiencia crece y nos empuja: ser operatives, conmensurables; o fracasar. El fordismo pide un segundo tiempo. Caldo de cultivo para la codificación.

De los juegos de seducción a la materialización pornográfica

La post-imagen en tanto código, buscará viralizarse. Para ello intentará revestir todo lo conocido, intentará explicarlo todo. Buscará expresar sentimientos; recuperar recuerdos colectivos; representar objetos cotidianos en sus más finos aspectos; buscará producir el efecto de realidad, la fantasía del realismo.

Hay un concepto fundamental de la teoría de los signos: toda imagen es signo, o sea, una ‘cualidad material’ que está en lugar de otra cosa, un ‘objeto’. Las imágenes evocan en nuestra mente aquel objeto. La foto de alguien no es ese alguien, sinó que evoca en nosotros lo que conocemos de ese alguien, como indica Alejandra Vitale en El estudio de los signos. Peirce y Saussure. El signo jamás será el objeto, porque entre el sujeto y el objeto hay una distancia insalvable. Y esa distancia insalvable es el lugar donde habita la metáfora, lo inexplicable, lo indecible. Si la imagen gana terreno en la búsqueda de explicarlo todo, ¿dónde queda la metáfora?

Para el diseño gráfico, la metáfora es una figura central en la comunicación, como nos cuenta Ruth Amossy en Entre el logos y el pathos: las figuras. Poseen la facultad de entablar relaciones paradigmáticas entre objetos aparentemente diferentes, son un vehículo para encontrar lo similar en lo desemejante. Generan otra forma de ver las cosas: una nueva realidad enriquecida y redescubierta gracias a las relaciones ocultas del lenguaje y los objetos. En la medida que las imágenes son codificadas, programadas para la viralidad, se las despoja de la capacidad creadora de la metáfora. Se vuelven obvias, conocidas, específicas, productos fabriles. Así, la replicación gana terreno.

Y es que los objetos del mundo son en sí indecibles, irrepresentables, sino tan sólo parcialmente. Cuando queremos representarlos, lo hacemos desde el lenguaje. Los objetos solo pueden ser expresados desde los términos del lenguaje. El lenguaje como límite. Éste es el lugar que reclama la idea de “obra artística”. La obra construye un algo diferente a lo conocido, va en busca de crear una otredad. Busca de esta manera expresarse en transformaciones profundas, establecer relaciones complejas que permiten ver y explorar el terreno de lo irrepresentable.

Codificar también es una fuente de valor. Expandir el universo simbólico, inundarlo de signos que devienen en productos. Traducir aspectos de los objetos del mundo a la virtualidad es una llave que abre nuevos mercados, nuevas oportunidades de negocios. ¿Cómo representar el Amor, la Amistad, el Bien, la Tragedia? En la literalidad del código estas respuestas son vaciadas de sentido. Cuanto más las intentan responder, las imágenes más se codifican y más se alejan de las respuestas a esas preguntas. Y es allí donde deja entrever las intenciones de la codificación y a sus programadores. Así se hace ver el mal de la post-imagen. 

¿Se abre camino la Realidad Integral? El concepto fue descrito por Baudrillard en El pacto de lucidez o la inteligencia del mal. La idea de que la imagen ha adquirido la capacidad de definir la realidad quizás haya quedado algo anticuada. La realidad integral identifica la pérdida de distancia entre el sujeto y la imagen. Se desarma la estructura de la sociedad del espectáculo. El signo deja ya de representar un objeto. Se disuelve en los horizontes de lo virtual haciendo desaparecer lo real. El original se vuelve una alegoría entre otras. Queda igualado al artificio y ya no hay más Dios que reconozca a los suyos. Imagen de la realidad, y realidad de la imagen: límites en disolución.

El signo es una escena de representación, de seducción del lenguaje. En el lenguaje, los signos se seducen unos a otros más allá del sentido. Representante e interpretante en relación de seducción dentro de la concepción triádica del signo. La desaparición de esta escena conduce a un principio de obscenidad, a una materialización pornográfica de todas las cosas. Codificación integral del cuerpo en lo visible, donde se vuelve, en efecto, definitivamente real, incluso más real de lo que realmente es.

Post-imagen, post-modernidad, post-espectáculo. Post que sigue anclando los términos pasados, como un salón intermedio entre lo que sucedió y la posibilidad de lo que viene.

 

Post-data: La imagen de portada para este artículo fue generada por Dall-e 2, una inteligencia artificial – Open AI.