En Trinchera, Adrián Dárgelos propone una manera concreta de ser de izquierda: para «no pactar con la patronal / para dejar de pensar contra el vacío y despertar en él», hay que ser parte de «la izquierda de la noche». Atrincherado contra viento y marea, el álbum apuesta, a su manera, al surgimiento de algo nuevo. A los enemigos, extrañamiento irónico; a los nuestros, ternura.
Es común que las estrellas de rock jueguen con cierta estética del misterio. Ya lo hizo Patricio Rey, ese ser existente más allá de sus redonditos de ricota, al que cuando se le fueron develando algunos de sus secretos –“ñam fri fruli fa li fru” no es más que el sonido de unos besos en el cuello– solo logró desdibujarse.
En un sentido opuesto, la estética críptica de Babasónicos tiene más que un velo de misterio. Una aproximación superficial al universo babasónico permite confirmar todos los prejuicios posibles que los cánones del Rock Nacional podrían esgrimirle a la banda: Adrián Dárgelos hace «pop para divertirse», descontracturado.
Por el contrario, nosotros partiremos de la siguiente hipótesis: la única manera posible de ser de izquierda hoy, es evitando los lugares comunes. Nada más conservador en la escena musical actual que la presunción de “rebeldía” dentro del rock.
Reportaje sincero y anticonvencional: de Moura a Dárgelos
En la Argentina de los 80 algo estaba pasando. La apertura democrática permitió la entrada de nuevos sonidos. La guerra de Malvinas y la expresa prohibición de pasar música en inglés por las emisoras de radio, masificó los recitales. Nacía el rock nacional como un género de masas y no ya de culto. Pero esa masificación se daba en un contexto bien particular.
Mientras la izquierda política era masacrada y desaparecida en campos de exterminio, la izquierda musical resistía los embates como podía. Izquierda musical que, por supuesto, promulgaba más el escape al Bolsón que la lucha armada. Pero izquierda al fin, que levantaba –al menos entre líneas– una crítica contra la modernidad capitalista occidental, aunque fuera “sin fusiles y sin bombas”. La discusión entre Pedro y Pablo y la guerrilla argentina se vió interrumpida por la picana y la represión. Pelo largo y militancia pasaron a significar subversión.
A partir del genocidio de la dictadura se produjo la derrota del foquismo guevarista, del peronismo de izquierda y del escapismo hippie como alternativas político existenciales. Una nueva pregunta volvía a flotar en la escena argentina: ¿Qué significaba ser de izquierda? ¿Se podía ser disruptivo en el arte?
Fueron los recién llegados, en desmedro de los clásicos, quienes recogieron el guante. Mientras el rock progresivo hacía fila y probaba sonido para tocar en el desfile militar en apoyo a la “causa nacional” de Malvinas, la new wave y el punk expresaban su abierto rechazo a integrarlo.
Algo propio de la estética del Punk es su abierta intención de provocar y generar rechazo, por lo que pocos son quienes suelen sorprenderse cuando se enteran de que Los Violadores se negaron a participar del festival de la Solidaridad Latinoamericana de 1982. Para ser más claros, el primer EP de la banda encabezada por Pil Trafa, lanzado en 1983, se llamaba Represión.
Ahora bien, cuando se juega a imaginar la figura de Federico Moura, suele pensarse en un rockstar frívolo y superficial. Tal vez algo de verdad haya en esa imagen, puesto que la respuesta de Virus a apoyar la guerra de Malvinas fue una sardónica canción, representando el llamado a la “unidad nacional” del momento como una invitación a la mesa de Mirtha Legrand. La canción El Banquete era el disfraz del cínico que –haciendo uso del sarcasmo y a través de un movimiento de judo que redirige la frivolidad del adversario del momento, de la época– hace crítica política. En palabras del letrista de Virus, Roberto Jacoby:
“El banquete habla de lo que pasaba en ese momento, cuando estaban llamando a toda la gente a apoyar la guerra de las Malvinas. La historia después se inventa, todo ese surgimiento incontrolable de la juventud… lo que pasaba de verdad era que la juventud estaba apaleada, y las cosas que se hacían eran subterráneas. Tuvieron que prohibir la música en inglés y tuvieron que venir los militares a organizar a la gente… En ese sentido, Virus era muy estricto, algo curioso porque supuestamente era un grupo frívolo, pero fue el único que tuvo una posición clara, con la que se puede o no estar de acuerdo. En ese momento estaba clarísimo. Muchos rockeros sí fueron al festival… justamente por eso estaba tan claro. Nos han invitado, a un gran banquete”.
En otro tema de su álbum Recrudece (1982), Reportaje sincero y anticonvencional, Moura admite ser perfectamente consciente de su condición de “ídolo con fama de frívolo”, que existía dentro de un “espectáculo como un tentáculo” en el que “no resulta insólito morir por un éxito aunque sea hipotético”. Contra la pose, contra la imagen, contra la prosa rebuscada del rock progresivo y el acorde menor sostenido en Famaj7, Virus respondía con sintetizadores, sarcasmo, ironía y ternura. Nacía con Moura el marxismo cínico.
La izquierda de la noche
Antes de continuar, es necesario hacer una aclaración. ¿Estamos contra el contenido? ¿Nos oponemos al compromiso social y político en el arte? Ni a palos. Sí nos oponemos a la obviedad del mensaje. Las formas importan, las formas (com)portan los contenidos. Eso es lo que pescan al vuelo los Babasónicos, herederos de Virus y también acusados de frívolos.
Los coqueteos de Dárgelos con el marxismo son un secreto a voces. Sin mencionar la existencia de un viejo álbum de Lados B de la banda titulado Vórtice Marxista (1998), en la entrevista que dio para el ciclo Caja Negra revela algunas pistas. A la presencia de conceptos tales como alienación, fetichismo y capital, se le suma un fino análisis sobre el desarrollo y la concentración de la industria musical de los últimos 60 años, conectando economía y cultura. Todos estos elementos dan cuenta de algo que quienes intentamos escuchar su música entre líneas, sospechamos hace tiempo: Babasónicos tiene un mensaje críptico a ser descifrado.
La línea que fue construyendo la banda a lo largo de sus varias etapas pasó de una total guerra d-generacional presente en Pasto (1992) («Porque a mi generación no le importa tu opinion/porque a mi generación algo le pasa«), a la crítica de una sociedad diseñada para no preguntar, alienada hasta la médula, en Discutible (2018) (“¿Quién va a defenderte de mi? ¿Quién está dispuesto a luchar?/¿Quién está dispuesto a luchar por amor? ¿Quién está dispuesto a pelear? ¿Quién está dispuesto a pelear por honor?/Por lo que no vale nada”). El sonido que fue atravesando su trayectoria va del punk al pop, en un camino similar al giro de Joy Division a New Order.
Sin ir más lejos, los recitales de los Babas tienen la particularidad de juntar en un mismo espacio físico a “milipilis” de Palermo y punkies con la remera cortada y el jean roto. Algún distraído podría pensar que lo que convive en la banda es la presencia de 2 almas, 2 esencias contrapuestas. Pero su propuesta estética –y esto es todavía más claro en Trinchera (2022), su último disco– combina cinismo con ternura. Es decir, propone una manera concreta de ser de izquierda: para no pactar con la patronal, para dejar de pensar contra el vacío y despertar en él, hay que ser parte de la izquierda de la noche. A los enemigos, extrañamiento irónico; a los nuestros, ternura.
Antes que golpearse el pecho reafirmando identitariamente el compromiso que se siente por un mundo distinto al que se tiene, La izquierda de la noche propone buscar ese mundo distinto leyendo entre líneas. “La noche es un portal imaginario donde habitan los permisos que de día ni en pedo se dan/Donde más es más y todo se paga de más/Yo soy de la izquierda de la noche (no puedo decirte nada)/Somos como un secreto a voces, no pedimos nada”.
En definitiva, la izquierda de la noche es aquella que hace del sarcasmo su herramienta de lucha; aquella que su primera reacción ante la realidad tal como se nos presenta es el extrañamiento y la desconfianza. Partimos del cinismo, pero no contra los nuestros, sino contra los que claramente juegan para el otro equipo.
Tal vez, a más de uno, Trinchera le recuerde a la exigencia que Contrapoints le hace a la izquierda, cuando le pide estetizar su mensaje. No se trata de que los izquierdistas parezcamos gente enojada y solemne, sino de que podamos mostrar en cada aspecto de la discusión cómo es que el capitalismo, el valor, la alienación y la forma mercancía nos impiden llegar al pleno desarrollo de nuestra libertad. Atrincherado contra viento y marea, el álbum apuesta, a su manera, al surgimiento de algo nuevo.
Hay que escuchar hablar a Dárgelos para terminar de entender su propuesta. Para el frontman de Babasónicos, la música sirve para cambiar el mundo, aunque no lo haga directamente. Aunque el algoritmo spotifiano aparente encarnar libertad, aunque la industria determine y obstaculice, la música y el arte sirven al menos –y eso no es poco– para desenmascarar la gran mentira nórdica. Esto nos deja una gran lección: podemos comprometernos desde la estética que nos atraviesa, y no con el disfraz de quienes nos precedieron.
La política, la interpelación, el mensaje, sale del hoy, no desde los sonidos y discursos de los años 70. Dejar de pensar contra el vacío y despertar en él podría significar abandonar esa melancolía setentista contra la que tanto Moura como Dárgelos proponen rebelarse. Contra nuestros enemigos de clase, cinismo y desconfianza. Para los nuestros, ternura y festejo. Y una vez dejada atrás la nostalgia, una vez que la clase trabajadora haya reconquistado el territorio de la fiesta y la alegría, ¿quién sabe qué pudiera ocurrir?
Ilustración: @ren.lu.m