“De lo que también estoy segura es que trabajar de lo que sea es una mierda, pero de algo hay que vivir” dice Georgina Orellano en su libro Puta Feminista. En esta reseña, Lucia Tomas apuesta al abandono de prejuicios propios y ajenos para darnos la posibilidad de mirar más de cerca a la que -dicen- ser, la profesión más vieja del mundo.
Cuando googleo qué significa el verbo escuchar, una de los primeros links para ingresar, trae dos definiciones: “prestar atención a lo que se oye” y “dar oídos, atender a un aviso, consejo o sugerencia.” Si sigo scrolleando, aparece una diferenciación entre “escuchar” y “oír”, dando cuenta que el segundo significa “percibir los sonidos.”
Georgina Orellano nos trae, en su libro “Puta Feminista”, un relato sobre el ejercicio de escuchar. Hace del verbo una acción cotidiana. Acción, que lxs trabajadorxs sexuales piden todo el tiempo cuando exigen derechos laborales, pero que en varios sectores del feminismo abolicionista, y del Estado, parece que solo pueden ejercer el verbo oír.
Podría dividir el libro en tres partes. Una primera, donde según comenta en una entrevista a DiarioAr, Orellano responde las preguntas que siempre surgen en entrevistas, universidades y entre el público en general, cuando se enteran de su trabajo: “¿Cómo arrancaste? ¿Cómo te decidiste? ¿Cómo fue tu historia? ¿Tu familia sabe a qué te dedicas? ¿Cómo es la relación con los clientes?” . Es decir, las primeras páginas, instalan un diálogo con esas voces curiosas que antes de escuchar, atacan. Y lo hace con la misma liviandad aguerrida con la que se presenta en redes sociales.“Yo me sentí prostituta aun no ejerciendo. Y ya siendo trabajadora sexual aprendí a poner condiciones” reflexiona cuando cuenta en el capítulo titulado “Me dolió más amar que cobrar”, la vez que se enamoró de un cliente.
Lejos de romantizar su labor, relata en detalle, el abuso que sufrió siendo piba, las violencias por parte de la policía, las denuncias de los vecinos, entre otros.
Sin embargo, en esta acción “pedagógica”, tal como lo define ella en una entrevista a Página 12, al abrir las puertas a un mundo desconocido para muchos, jamás deja de escucharse a sí misma y de probarlo todo, inclusive cuando le dicen que no. Por ejemplo, su historia con Cesar, por quien, a los cuatro meses de conocerlo y quedar embarazada, decide dejar, por un tiempo, el trabajo sexual. La anécdota concluye con un consejo: “Hagan lo que no hice yo: siempre escuchen a las putas viejas. Ellas llevan sabiduría y experiencia en sus tacos gastados.”
Una segunda parte, donde encuentra en las existencias de algunos clientes que, como ella, permanecen en la periferia de la sociedad hegemónica, neurotipica y de clase media, las estrategias para hacer de esa diferencia, una fuerza singular: la del disfrute más allá del qué dirán. Como Martin, un chico con síndrome de down que debuta con ella, abriendo la puerta a la infinidad de posibilidades que el sexo puede brindar: “Nunca toqué el cuerpo de una mujer” se anima a decir él que pasa el turno entero acariciándola. O la historia del “Gordo Willy”, que paga siempre el doble por miedo a que lo rechacen. En ambos casos, las realidades con las que se cruza son distintas a las de ella, pero comparten el peso del estigma a cuestas. Juntos descubren que disfrutar no es tan difícil, cuando ya no tienen nada más que perder.
Y una tercera parte, donde por un conflicto que tienen ella y sus compañeras de esquina, con un cliente que intentaba atacarlas, conoce AMMAR, la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina, que sería la puerta a un nuevo capítulo en su vida. Se decidió por continuar luchando por los derechos de lxs trabajadores sexuales, ser la voz y la cara visible de un trabajo que por años ha estado en la clandestinidad. “Muchxs llegamos al sindicato desconociendo nuestros derechos” dice. Solo escuchando lo que necesitan se puede ayudar a lxs demás. Georgina casi sin darse cuenta, con la facilidad que tiene para acompañar y solucionar conflictos ajenos, termina siendo, a partir del 2014, la secretaria general de la asociación. Y claro, que para llegar a ser la voz de un colectivo tan vulnerabilizado y dejado de lado por tantos años, no podía ser más que punzante en sus reflexiones: “Desde las militancias se puede aportar abandonando las tibiezas y hablando sin temor alguno de las distintas formas de subsistencia que tienen lxs pobres, dejando de infantilizar nuestras vidas y pensándonos solo como buenas víctimas. (…) Si hay que embarrarnos, que sea hasta las tetas, si no, ¿la vida de quienes queremos transformar?”
“Puta Feminista” se publicó en el año 2022, y es un libro que instala de entrada un diálogo directo con ese feminismo blanco, de clase media-alta, punitivista que se hacen llamar “abolicionistas”. La introducción titulada “Somos ese insulto” entra con los tacos de punta: “A ciertos marcos teóricos les falta calle y clase obrera, esa a la que las putas orgullosamente pertenecemos.” . Les pide de manera directa que si tienen tantas ganas de estudiarlxs y decir cómo son sus vidas, salgan a la calle, a la esquina, a los barrios, que se ensucien y bajen del pedestal universitario. Sobre todo, porque ella sí está dispuesta a hablar. Hacia el final del libro, en el epílogo “CV de una puta”, además de describir de manera irónica y con gracia su labor, vuelve una vez más a interpelar a la policía de la moral: “En el capitalismo cada unx se prostituye como puede, y yo decidí hacerlo de esta manera. Todxs nos prostituimos. Y ustedes, ¿cuánto cobran la hora?”.
Diseño de portada: El cartel de Süarez