Hay dos películas que pasaron algo desapercibidas en la última entrega de los Oscar y que retratan de manera sensible las soledades y condicionamientos que atraviesan a las infancias.

 

La entrega de los premios Oscar ya quedó algo lejos, así como toda la euforia “¡Muchaaachos!” que se venía arrastrando desde el año pasado y que incentivó nuestra expectativa por la suerte que tendría Argentina 1985. En medio de este sabor amargo pero olvidable que dejó la derrota frente a una película alemana, pasaron desapercibidas otras dos que competían en la misma terna que la nuestra y que, a través de distintos enfoques, complejizan el tema de las construcciones y las limitaciones en las infancias.

En los primeros minutos de The Quiet Girl, dirigida por Colm Bairéad, conocemos a Cáit, una nena callada y tímida que vive con su familia en un pueblo rural de Irlanda. El amor en esa casa tiene forma de hostilidad y lo vemos reflejado en sus hermanes que se burlan de su introspección, en su madre, una mujer embarazada sumergida en la infelicidad y el desgano, y en su padre, un hombre indiferente y frío. De un momento a otro la vida de la protagonista cambia. Su madre transita el último período de embarazo y deciden que hasta la llegada del bebé Cáit se irá a vivir con una prima de su madre, en un hogar temporal que sabemos efímero desde un comienzo, pero que significará una expansión emocional.

A través de sus nuevas figuras de apego, Cáit descubre que la palabra “papá” puede decirse de muchas maneras, conoce la calidez del cuidado cotidiano y el poder de los silencios; ser una chica callada deja de tener una connotación negativa para convertirse en una habilidad, en un mundo donde todes hablan por hablar. Poniendo en jaque la idea clásica que sostiene que la familia no se elige, The Quiet Girl propone un viaje hacia la resignificación de los vínculos familiares y los roles que ocupan sus integrantes. 

La infancia descuidada puede dificultar el desarrollo de las capacidades de una persona que seguramente tenga más de una cualidad por descubrir y potenciar. Poniéndome nostálgica pienso en la película Matilda, donde una niña prodigio es ignorada y considerada un estorbo por su familia biológica, hasta que descubre que el enojo puede ser usado como fuerza y logra transformar la impotencia en potencia. Lejos de estos extremismos está The Quiet Girl, porque ni Cáit es una niña superpoderosa, ni su familia biológica entra en un arquetipo de relato infantil. El destrato, en este caso, tiene una forma más cotidiana y esto provoca que empiece a jugar una identificación. Porque si bien la película está ambientada en 1981, época en la que no se hablaba de “crianza respetuosa”, hay un fuerte diálogo con el presente. La familia de Cáit es una familia que podemos encontrar en cualquier parte, un entorno teñido de frialdad por diversos motivos, que pueden ser las condiciones socio-económicas, la falta de asistencia psicológica, o una cadena de causa y efecto en la que el descuido y el desapego funcionan sistemáticamente de generación en generación. Sea lo que sea, es inevitable reflexionar sobre la subestimación y la indiferencia que les adultes pueden ejercer sobre las infancias, y que muchas veces es algo naturalizado.

En el caso de Close, del director belga Lukas Dhont, el entorno familiar ayuda a que los personajes se vinculen de manera óptima, no existen restricciones porque es la forma de amor que conocen. De esta manera la familia biológica y la familia elegida conviven en armonía y es parte del estado inicial de Leo y Remi, dos amigos de toda la vida que sostienen una relación muy cercana basada en la transparencia, el cariño y la ternura.

La cosa se complica cuando entra en juego la mirada de les otres. Tras empezar la secundaria, el comentario de una compañera que pregunta si son gays corta en seco la fluidez de su vínculo y un mecanismo de opresión empieza a actuar sobre Leo poniéndolo a la defensiva; las caricias, las miradas y la complicidad se convierten en distancia, rechazo, golpes y juegos brutos. Atravesada por un hecho trágico que no vale la pena spoilear pero sí advertir (tengan a mano pañuelitos descartables) Close adquiere tintes de “dramón” y roza el golpe bajo, pero a su vez evidencia las limitaciones tóxicas y estructurales que no son más que la construcción de la masculinidad que afecta a les niñes, incluso a les más privilegiades, que se mueven en un contexto progre, como es el caso de Leo.

El impacto que provoca este contacto con la otredad expone cómo las construcciones sociales operan muchas veces por encima de lo adquirido en la crianza. El universo de les niñes se expande al entrar en contacto con sus pares, aparece la necesidad de identificación y de pertenencia, y por más deconstrucción que haya en el micromundo familiar, se empieza a jugar algo diferente en plena etapa de crecimiento, porque aparece la necesidad de comprender cuál es su rol dentro de la sociedad. Aparecen nuevas presiones, y en el caso de Close esa presión responde al interrogante ¿Cómo debería comportarse un varón? Un varón no tiene conversaciones sensibles con otro varón, un varón juega videojuegos y se vincula a los golpes, un varón no llora ni demuestra fragilidad, un varón forma parte del equipo de jockey del colegio. Leo adopta rápidamente este comportamiento heteronormativo sin que nadie se lo diga explícitamente, sino guiado por la mera observación. A su alrededor el mundo parece funcionar así. 

Si en The Quiet Girl el camino es del desamor al amor, en Close la orientación pareciera ser inversa. Aún así, el relato está lejos de tener una bajada de línea pesimista y esto se debe a la presencia de la figura adulta que aparece como salvación en un momento clave que podría definir el desarrollo y crecimiento del protagonista. Cáit en The Quiet Girl y Leo en Close transitan sus emociones en soledad y son las referencias adultas las que les ayudan a aplacar el miedo para dar lugar a la validación y la contención.

Desgarradoras y conmovedoras, ambas películas retratan, con reveladoras sutilezas, los condicionamientos estigmatizantes y represores que pueden caer sobre las infancias y se destacan por la sensibilidad con la que están realizadas, sobretodo en medio de tanta oferta mainstream que apunta al drama más explícito y efectista, como si hiciera falta poner carteles de neón para remarcar dónde hay que llorar.

Close está actualmente disponible en la plataforma de Mubi, mientras que The Quiet Girl aún no tiene fecha de estreno en los cines argentinos. De todas maneras, las dos están dando vueltas por la web listas para ver.

 

Diseño de portada: Lucas Bullones